miércoles, 24 de julio de 2013


En www.lanacion.com.ar  Miércoles 24 de julio de 2013 | 00:20.

Con V de vacío  Por Sergio Sinay  Mail: sergiosinay@gmail.com

En el final de la película V de Vendetta, miles de personas que marchan hacia el Parlamento británico para oponerse al gobierno salvajemente autoritario y ultra conservador del primer ministro Adam Sutler, se quitan al unísono la máscara con la que cada uno estaba cubierto. Esa careta representa el rostro de Guy Fawkes, rebelde católico que intentó matar al Rey Jacobo I en 1605, en represalia por las persecuciones religiosas, y es la misma que lleva V, el enigmático personaje que se enfrenta al gobierno de Sutler para poner al desnudo su violencia y su corrupción. Es también la que usan hoy muchos de los indignados en todo el mundo y la que tomó como ícono el movimiento Anonymus. Mientras en la secuencia final del film las personas continúan avanzado con su rebelión incontenible y pacífica (ante un ejército que está inútilmente armado hasta los dientes), quitadas las máscaras aparecen millares de rostros y miradas diferentes. Cada uno es quien es, pero todos están juntos, cada uno tiene una historia propia, pero allí se proponen empezar a escribir una en común. Ya no son anónimos, ya no son "la gente".

V de Vendetta es una película de 2005 dirigida por James McTeigue con guión de los hermanos Andy y Lana Wachowski (creadores de la saga Matrix) y en ella actúan Hugo Weaving, Natalie Portman, Stephen Rea y John Hurt. Es notable cómo en ocho años ha mantenido y potenciado sus valores estéticos y contenidos argumentales, al punto de funcionar en cierto modo como una premonición. Hoy su visión permite hacerse esta pregunta: ¿qué pasaría si los políticos en campaña, esos que gustan hablar de "la gente", se encontraran de pronto ante millares de rostros que, despojados de la careta que ellos les ponen para no ver sus sagradas individualidades, les presentaran sus verdaderas historias, sus reales necesidades, sus auténticas expectativas?

Decir "la gente" es evitar hablar de las personas, es evadirse de afrontar la diversidad, de reconocerla y de abordarla con argumentos, ideas y programas. Decir "la gente" es un atajo para sacarse de encima el verdadero trabajo político, que no pasa por llegar al poder para luego seguir acumulando poder, sino por escuchar, entender, transformar, liderar (que no es sinónimo de mandar ni de encabezar), reparar, pensar, estudiar, comunicar contenidos y no eslóganes de marketing. Consiste en llegar antes a donde está la necesidad, y no después y con demagogia. El trabajo político verdadero requiere coraje, y no prepotencia, sinceridad y no manipulación, receptividad y no encuestas, integridad y no oportunismo, austeridad y no voracidad. Requiere, en fin, honrar a las personas y no usar a "la gente".

Gente, mercado, público, hinchada, audiencia, masa, electorado, clientela, militancia, pueblo, población son comodines que, usados en distintos tipos de discursos (políticos, económicos, publicitarios, comerciales, deportivos, faranduleros, culturales) borran a los individuos y, por lo tanto, dispensan de toda responsabilidad hacia ellos. Hablarle a cualquiera de esos "targets" es hablarle a nadie. De la misma manera, quien se excusa a sí mismo diciéndose parte de alguna de esas categorías, deserta de su propia responsabilidad. La responsabilidad es siempre individual, de lo contrario no existe. Y es hacia las personas, no hacia los conglomerados. Quien le habla a "la gente" no le habla a nadie, no ve a nadie, no establece empatía ni compasión. "La gente nos dice" (muletilla más repetida cuanto más vacío es el discurso y más profunda la sordera hacia la voz del otro) es una música sin letra. Para saber lo que las personas dicen hay que escucharlas. Y eso lleva un tiempo que "la política" no permite (entonces se apela al encuestador contratado).

"La gente", sobre todo en boca de un político en campaña y con poco para comunicar (hable o no hable), es nadie. Los indignados que van brotando aquí y allá como hongos son personas reales con dolores, aspiraciones, postergaciones, necesidades y voces reales. Cuando se estrenó V de Vendetta la palabra indignados no existía tal como hoy se usa. Un día "la gente" se sacará la máscara y los que dicen estar hablándole a esa abstracción se encontrarán con rostros que las encuestas y los asesores no anunciaban. Mientras tanto, hablan con V de vacío.

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