jueves, 5 de julio de 2012

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Un cacho de tecnología Por Enrique Martínez emm@propuestasviables.com.ar

Miradas al Sur.Año 5. Edición número 211. Domingo 3 de junio de 2012



Como sabemos, la Argentina es un país excedentario en la producción de alimentos. En las importaciones, hay sólo dos productos alimenticios que superaron en 2011 los 100 millones de dólares: bananas y carne de cerdo. Aun en esos dos casos, hay producción nacional, o puede haberla, no sólo para reemplazar lo que se compra en el exterior sino también para exportar.

 Los más de 143 millones de dólares en bananas vinieron en su mayoría de Ecuador y Colombia, dando vuelta a media Sudamérica, a pesar de que en el sudeste de Salta y en el este de Formosa, cerca de Clorinda, se produce banana. Los formoseños, en particular, dicen que allí se produce la banana más dulce y aromática del mundo, que sin embargo, prácticamente no se consume al sur del Chaco y ni siquiera está en las mesas más pudientes de la provincia de origen. La superficie en producción allí supo ser de unas tres mil hectáreas; hoy no supera las mil hectáreas y podría multiplicarse por quince.

 La explicación de este déficit está en la tecnología, cuya ausencia es causa más frecuente de problemas de lo que se admite habitualmente. En este caso: tecnología de producción y conservación y además tecnología social, que evite que el pequeño productor sea explotado de tal manera que el cultivo termine desapareciendo.

 Una producción de bananas entre 5 y 10 hectáreas, atendida familiarmente, puede brindar los recursos para tener un nivel de vida de clase media. Sin embargo, dada la evolución de las técnicas de cultivo y muy especialmente de manejo a partir de la cosecha, se necesita una capacitación permanente de los productores para que dejen atrás la tradición oral y respeten cada paso de cuidado de la calidad.

 La provincia de Formosa puso en marcha hace cinco años un grupo de asistencia en Misión Tacaaglé. Allí se seleccionan variedades; se lleva adelante un cultivo similar al de un chacarero pequeño, a puertas abiertas, y se dispone de instalaciones de lavado y empaque a escala PYME (Pequeñas y medianas empresas).Sin embargo, después de importantes esfuerzos para diseminar las técnicas apropiadas, el grupo debió incorporar conocimiento sociológico y económico, al advertir que la mejor calidad al pie de la planta no garantiza que el productor pueda vivir dignamente. Efectivamente, nada será solución si la cadena de valor pasa por un intermediario que compra al pie de planta. Hoy, el intermediario, aprovechando las necesidades financieras del chacarero, paga al contado por cajón, no por kilo, y se encarga de encajonar. Obviamente, golpea y aprieta la fruta para poner 25 kilos donde cabrían 20; usa cajones de madera porque cuestan algún centavo menos que la caja de cartón; no descarta ni la fruta más pequeña. En ese despojo pírrico, se define la suerte del productor, porque sale de allí un producto que se manchará, madurará desparejo, no podrá resistir la menor comparación visual con la banana tratada como un bien frágil por las multinacionales en Ecuador. El intermediario –abusivo y a la vez estúpido intermediario– buscará una y otra vez mantener su ganancia reduciendo el precio que paga al productor y terminará destruyendo una actividad valiosa. Como lo está haciendo.

 El esfuerzo de los profesionales agropecuarios dependientes del Estado formoseño deberá ahora ser complementado con tecnología social. Esto es: agrupamiento de productores para aprovechar sistemas de riego o de empaque en conjunto; adopción de protocolos de calidad en conjunto, ya que de poco valdría para cambiar la imagen global que productores individuales lo hicieran; comercialización con marca común, con una logística que asegure llegar hasta el productor sin eslabones inútiles en el camino.

 Todo esto es necesario y tiene un actor imprescindible: el Estado, fortaleciendo técnicamente cada paso y cubriendo los baches financieros de los productores. En caso de suceder, quedará demostrado que la única aproximación válida es la que tiene en cuenta la cadena de valor en su integridad. De poco vale explicar que los restos de flor deben ser eliminados apenas cuaja el cacho, para que luego no se endurezcan y rayen las bananas, si al final del camino estará el lobo esperando para comerse todo.