jueves, 11 de mayo de 2017

EES 11
6to 1ra
Ambiente, Desarrollo y Sociedad


Concepciones de la naturaleza y desarrollo en América Latina Por Eduardo Gudynas VERSIÓN ADAPTADA

Introducción

En América Latina, como en otras regiones, se está viviendo una creciente preocupación por la temática ambiental. Cuestiones como la preservación de especies silvestres los efectos de la contaminación, o los problemas ambientales globales, son motivo de atención de políticos, académicos y ciudadanos.
En esta vasta discusión, la palabra Naturaleza ocupa un lugar central, y es invocado desde las más variadas tiendas con distintos fines. Sea en la preservación de sitios silvestres, como en el anhelo por mejores condiciones de vida, se hacen continuas referencias a términos como Naturaleza, ecosistema o ambiente.
Pero a pesar de esta extendida discusión son muy pocos los análisis sobre el concepto de Naturaleza. Aunque este término representa el sujeto de buena parte de las preocupaciones ambientales, no se ha profundizado en sus implicaciones.
La etimología de la palabra Naturaleza indica que proviene del latín natura, que se refiere al "nacimiento" (natus participio pasivo de nasci, nacer). Desde ese contexto se explican dos usos comunes: por un lado, naturaleza, como referida a las cualidades y propiedades de un objeto o un ser; y por otro, naturaleza, para los ambientes que no son artificiales, con ciertos atributos físicos y biológicos, como especies de flora y fauna nativas. Este artículo enfoca este segundo uso.
En esa línea, el concepto ha recibido significados tanto positivos como negativos. La Naturaleza ha sido invocada como el origen de la riqueza de un país, pero también como un medio salvaje y peligroso, donde lluvias, terremotos u otros desastres deben ser controlados. Sobre ella se han superpuesto otros términos. A manera de ejemplo se pueden recordar a la Madre Tierra, como proveedora de alimentos; el Reino Salvaje de los primeros exploradores del continente; y otros más recientes, como ecosistema o simplemente ambiente.
Este artículo analiza la conceptualización de la naturaleza (en su segunda acepción referida a un ambiente que no es artificial). El estudio está delimitado en varios aspectos.
Primero, considera el concepto de Naturaleza en América Latina, elaborando con más detalle y precisando ideas presentadas en Gudynas (1995). La revisión es somera atendiendo a las limitaciones de espacio, pero se presentan varios ejemplos ilustrativos. En segundo lugar, el énfasis del estudio está en las ideas contemporáneas; las referencias históricas se realizan a los únicos efectos de comprender mejor la situación actual. Existen otros estudios que analizan el concepto en un sentido histórico, comenzando por la antigüedad clásica En tercer lugar, el análisis se restringe a los conceptos de la naturaleza en sus vinculaciones con las estrategias de desarrollo. Es una mirada a la pareja Naturaleza-desarrollo, con lo cual otros temas quedan por fuera del objeto del estudio.
La primera sección del artículo revisa los conceptos tradicionales sobre la naturaleza; la segunda parte hace un breve análisis sobre cómo se articulan con las estrategias de desarrollo comúnmente seguidas en “la región; la tercera parte considera el surgimiento de nuevas posturas y se las estudia críticamente; y
finalmente se elabora una discusión y conclusión final.
En este sentido se postula la existencia de una relación dialéctica entre los conceptos de naturaleza y los conceptos de desarrollo. La visión corriente ha considerado que esa vinculación sólo se daba en un sentido, donde las ideas sobre el desarrollo desencadenaban ciertas concepciones sobre el ambiente”. Aquí se
sostiene que esa relación es recíproca, y que los conceptos sobre la naturaleza a su vez determinan los estilos de desarrollo posibles.
Se advierte que existen nuevas visiones sobre la naturaleza las que todavía no han logrado generar contrapartes de ideas organizadas sobre el desarrollo. Se concuerda con otros estudios recientes en que el concepto de Naturaleza se construye socialmente, pero aquí se pone el énfasis en que ello resulta en una pluralidad de ideas sobre la naturaleza, y por lo tanto diversos niveles de inconmensurabilidad
entre ellas. Como el concepto de naturaleza en plural son indispensables los espacios de discusión social sobre ella.

1. Concepciones de la naturaleza

La herencia europea

Las concepciones latinoamericanas son una herencia directa de las visiones europeas. Por un lado, los europeos que llegaron a América Latina impusieron sus concepciones de la naturaleza sobre las culturas originarias. Por otro lado, desde la colonia, los principales políticos, empresarios e intelectuales de la región se nutrían educativa e informativamente de las posturas europeas. Diversos estudios sobre la historia ecológica de la región, han demostrado que la conquista y colonización descansaron en una estrategia de apropiación de las riquezas mineras del Nuevo Mundo.

A ella le siguieron una agricultura extractiva, de alta expoliación ecológica, dependiente de la mano de obra esclava, y luego la ganadería extensiva. Durante esta etapa inicial se difundió la idea que la naturaleza ofrecía todos los recursos necesarios, y que el ser humano debía controlarla y manipularla. Esta visión se inicia en el Renacimiento con las ideas sobre el conocimiento de F. Bacon, R. Descartes y sus seguidores.
Estos pensadores rompieron con la tradición medioeval que veía a la naturaleza en forma organicista, como un ser vivo, y donde las personas eran un componente más. Esa concepción se fracturó, y la naturaleza quedó despojada de esa organicidad y desde una postura antropocéntrica se la vió como un conjunto de elementos, algunos vivos y otros no, que podían ser manipulados y manejados. La naturaleza pasó a ser interpretada como el reloj de Descartes, constituida por engranajes y tornillos, donde al conocerse todas sus partes, podría accederse a entender y controlar su funcionamiento.

Las concepciones renacentistas a su vez son herederas de toda la tradición occidental. La visión antropocéntrica tiene en realidad raíces más antiguas, que uno coloca en la tradición judeo-cristiana y el otro en la cultura helénica. El giro renacentista se apoyó en el experimento, promovido tanto por Descartes como Bacon, donde se introduce el novedoso elemento de la manipulación. En efecto, el experimento no es la simple observación, sino la modificación premeditada como vía para alcanzar un conocimiento pretendidamente cierto. Mientras la visión medioeval concebía al ser humano como parte de su entorno, no dejaba de ser jerárquica en tanto era un interlocutor privilegiado de Dios. Desde el cambio renancentista esa distinción se acentúa, y el ser humano cobra un nuevo papel por fuera de la naturaleza. La descripción metafórica es reemplazada por la simbolización geométrica o matemática, apelando a una abstracción creciente. Se manipula y apropia la naturaleza como condición y necesidad para atender requerimientos cuya meta era el progreso perpetuo. Consecuentemente, paso a paso, se redefinía el entorno natural, y se acentuaban los medios de su manipulación y control. La naturaleza quedó tan disminuida que fue reducida en los primeros estudios de economía al factor de producción "tierra". Los recursos naturales eran considerados como ilimitados, y tan sólo debían encontrarse sus paraderos para enseguida explotarlos. Los primeros economistas, profundamente imbuidos en estas concepciones, promovían tanto el progreso material, y la apropiación de la naturaleza para hacerlo posible. Adam Smith en su texto monumental sobre la "riqueza de las naciones", publicado en 1776, alude específicamente a las metas de la acumulación de riqueza, mediante un progreso sostenido. Es una situación de progreso constante la que se considera la más óptima: "El progresivo es, en realidad, un estado feliz y lisonjero para todas las clases de la sociedad; el estacionario, triste, y el decadente melancólico". El progreso permite avanzar hacia "ulteriores incrementos de riqueza". John Stuart Mill en su influyente obra de economía política, publicada desde 1848, también señalaba las ventajas del progreso perpetuo y el dominio de la naturaleza como su aspecto privilegiado. La marcha de las naciones era concebida como "un movimiento progresivo que se continúa con pocas interrupciones de un año a otro y de una a otra generación: un progreso de la riqueza, un progreso de lo que se llama la prosperidad material." Este "movimiento económico progresivo" es una forma de "crecimiento perpetuo" y es mediado por el dominio "ilimitado del hombre sobre la naturaleza.
 En este contexto se desarrollaron diferentes concepciones sobre la naturaleza. Como es de esperarse, en tanto predominaba una visión sobre el desarrollo y el papel del ser humano, muchas de las concepciones sobre la naturaleza presentan caracteres comunes. Estas concepciones del desarrollo y la naturaleza
pueden ser inscriptas dentro de una ideología. El concepto de ideología se lo maneja aquí en el sentido de deformación, legitimación e integración, tal como lo analiza Ricoeur (1989). En este artículo se considera que existe una ideología del progreso, que engloba a las diferentes escuelas sobre el desarrollo, las que en realidad corresponderían a distintos paradigmas. Seguidamente se revisarán las principales concepciones
de la naturaleza referidas a la temática del desarrollo, poniendo el énfasis en las posturas contemporáneas.

La frontera salvaje

En el inicio de la conquista y colonia, según la información disponible, parece haber predominado una concepción del entorno como espacios salvajes. La naturaleza era incontrolable y se imponía sobre el ser humano, quienes debían sufrir los ritmos de lluvias y sequías, la fertilidad del suelo, la disponibilidad de agua o las plagas de los cultivos. Los espacios sin colonizar eran, a su vez, sitios salvajes, potencialmente peligrosos por las fieras y enfermedades que pudieran cobijar.
Esta perspectiva era típicamente europea, proliferando en escritos de los siglos XVII a XIX. Un buen ejemplo con afirmaciones como "La naturaleza salvaje es horrible y letal" y el ser humano es el único que puede convertirla en "grata y habitable"
Esas mismas ideas se repetían en América Latina. Desde una fase inicial donde se alternaba la admiración con la belleza y riqueza de los paisajes, con el temor, se pasó al control y dominio de las "fuerzas naturales",
promoviéndose el cultivo de la tierra, la desecación de humedales, la construcción de canales, la caza intensiva, la tala de bosques, la introducción de especies productivas o la domesticación de aquellas salvajes que fueran de utilidad. Siguiendo la imagen de Descartes, donde todo era en realidad una máquina, la
naturaleza era analizada en sus piezas (con el notable ejemplo del esfuerzo de catalogación
taxonómica de la fauna y flora del Nuevo Mundo emprendida por los exploradores europeos), y desde allí proveer los medios para la manipulación y control. En Brasil, José Pádua (1987) destaca la figura de José Bonifacio, quien a inicios del siglo XIX, consideraba que la naturaleza era un "gran libro" que podía ser descifrado por la observación empírica y racional, no para contemplarla, sino como medio para el progreso.
La misión se entendió como una "conquista" de la naturaleza, pero además será la obra humana la que permite "civilizar" a la naturaleza, para que ofrezca sus frutos y riquezas. Se buscaba "civilizar" espacios que se consideraban salvajes, tal como se justificaban buena parte de las campañas de conquista, tanto en
la época de la colonia tardía como en los primeros años de las repúblicas independientes.
Por ejemplo, en Argentina la llamada "Conquista del Desierto", a fines del siglo XIX, se basaba en "suprimir los indios y las fronteras" para "poblar el desierto". Lo que en ese momento se llamaba desierto incluía a ecosistemas como la Pampa, que no tenían esas características, revelando la aplicación del rótulo a lo que estaba más allá de la civilidad occidental; toda la campaña se basaba en la contraposición entre
civilización y barbarie.

La naturaleza como canasta de recursos

A medida que avanzaba el control de la naturaleza, se imponía a su vez una visión utilitarista. Quedaban atrás los miedos ante el entorno, convirtiéndose en una "canasta" de recursos que pueden ser extraídos y utilizadas. Minerales, animales y plantas eran vistos como abundantes y al alcance de la mano.



Domingo F. Sarmiento, en su "Facundo" presenta una Argentina donde todo se da en exceso: "inmensa la llanura, inmensos los bosques, inmensos los ríos", una descripción que también se repite para otros países.
Los elementos de la naturaleza se los observa como "recursos", desvinculados unos de otros (por ejemplo, los recursos minerales no eran percibidos en sus conexiones con el suelo que los recubría).
El énfasis apuntaba a la eficiencia y productividad en cómo extraer esos recursos, y en cómo se los aprovecha en las estrategias de desarrollo. El dejar recursos sin aprovechar era una forma de "desperdicio".
Dentro de esta misma perspectiva se reconocieron especies de animales o plantas "útiles", distinguidas de aquellas "inservibles", "peligrosas" o "dañinas". Las primeras englobaron tempranamente a cultivos utilizables (notablemente el maíz, la papa, tomate, etc.), las maderas preciosas (caoba, palo-Brasil, etc.) y
algunos animales de caza para alimentación o piel (carpincho, chinchilla, etc.). Las segundas eran una amplia categoría que iba desde los grandes felinos y zorros, a los escorpiones y arañas.
Durante los siglos XVIII y XIX proliferan visiones en América Latina donde se insistía que la región se mantenía atrasada, no por límites ambientales (como disponibilidad de agua o baja fertilidad), sino por trabas esencialmente culturales y políticas. Los "indios" y "criollos" eran frenos a un mejor uso de la naturaleza,
y por lo tanto se buscó atraer nuevos inmigrantes y civilizar a la población residente para hacer un uso todavía más eficiente de los recursos naturales. El uso de la naturaleza era parte de la lucha por la civilización . Incluso se intentaba reproducir paisajes europeos, totalmente diferentes a los latinoamericanos, y así se realizaban plantaciones de pinos junto a enjardinados que recordaban al Viejo Mundo.
Dentro de esta perspectiva utilitarista se desarrollaron algunas posturas conservacionistas. Es importante este hecho, en tanto indica que aún dentro de una visión manipuladora y utilitaria de la naturaleza es posible encontrar una postura conservacionista, con lo que se echa por tierra la presunción que cualquier
postura de protección de la fauna y flora, por ella misma, ya indica otra concepción del ambiente.
En efecto, el desarrollo de una protección ambiental no es necesariamente incompatible con las posturas progresionistas del crecimiento perpetuo o con una razón instrumental.
En realidad esas posturas no protegen la naturaleza sino los recursos que alimentan a la economía La conservación utilitarista se originó en Europa, y se trasladó a las Américas. Los ingenieros agrónomos y forestales se convirtieron en expertos en cómo manejar las áreas naturales para obtener de ellas el mejor provecho. Esta tradición se difundió en toda América Latina, en particular en la apertura de distintas áreas a la producción agrícola y ganadera, y sus consecuencias se siguen observando en la actualidad. La naturaleza se percibe y valora en lo que resulta útil, y de esa manera se fragmenta en varias vertientes: hay una naturaleza para el geólogo, otra para el promotor agrícola, y otra para el promotor de urbanizaciones.

La naturaleza como sistema

En paralelo a estas tendencias, desde fines del siglo pasado se ha venido desarrollando la ecología como ciencia, conjuntamente con otras disciplinas relacionadas (botánica, zoología, geología, etc.), y posturas teóricas que le servían de sustento (especialmente la teoría darwiniana de la evolución).
Sin embargo, la ecología quedó igualmente atrapada dentro de la visión cartesiana de la máquina, concibiendo a la naturaleza como una máquina. La tarea del ecólogo era describir las partes de
ese conjunto, y comprender cómo funcionaba (sobre la historia de la ecología Bajo esta visión la Naturaleza posee sus propios mecanismos y funcionamientos, que se conciben como "leyes", y que el hombre no debería violar o alterar. La naturaleza poseía cierta unidad interna, una dinámica basada
en el equilibrio dinámico, y un desarrollo temporal, desde estadios iniciales a otros maduros.
Con la irrupción del concepto de ecosistema, por el inglés A. Tansley en 1935, se aplicó la noción de sistema sobre la naturaleza, y en el sentido que en esa época le daban los físicos. Este concepto era más que una forma de descripción sintética, también correspondía a un principio organizador de comprensión de la naturaleza (Golley, 1993). En muchos casos el término ecosistema reemplazó al de naturaleza.
Desde ese punto de partida se pudo aplicar a la naturaleza un lenguaje matemático, diseccionándola en sus elementos y estudiando sus vinculaciones. Por eso, como indica Golley (1993), el concepto de ecosistema es manipulativo, en contraste con otro que pudiese ser relacional. Siguiendo con las tradiciones utilitaristas
indicadas arriba, el ecólogo brindaría la información de cómo intervenir en la naturaleza para conseguir los mejores éxitos productivos. Buena parte de los primeros estudios de la dinámica de poblaciones de animales derivaron en discernir los niveles óptimos y las tasas máximas de explotación de recursos naturales
renovables, en especial en los sectores forestal y pesquero.

Estas mismas corrientes concebían que los ecosistemas se encontraban bajo condiciones de equilibrio dinámico, especialmente por fuerzas como la competencia. Las comunidades de plantas y animales, y los propios ecosistemas, serían entidades reales y no una invención del observador. Presentarían un orden
particular y una evolución temporal desde condiciones de simplicidad a otras de mayor complejidad (sucesión ecológica), que recuerdan la maduración de un individuo. Por lo tanto algunos ecólogos postularon que representaban “cuasi-organismos”. Incluso quienes rechazaban esas posturas como el propio Tansley, eran también utilitaristas, sosteniendo que no había diferencias sustanciales con los balances naturales logrados por otros medios, como la intervención humana, con lo cual se desvanecían las objeciones para que las personas controlaran el entorno
Los estudios sobre la extinción de especies o los niveles de contaminación que proliferaron desde la década de 1960, alertaban sobre una creciente problemática. La vieja imagen de una naturaleza agresiva y todopoderosa, poco a poco, dio paso al de una naturaleza frágil y delicada. La naturaleza como salvaje desaparece, y lo "natural" adquiere méritos de ser la situación a la que se desea regresar.



A ello contribuyeron varios aportes novedosos sobre la naturaleza. Llegaron las imágenes tomadas a la Tierra desde el espacio, donde el planeta aparece como una delicada esfera azul. Esa noción de totalidad explica el resurgimiento de conceptos como el de biosfera, que apunta a la vez hacia a una perspectiva holística y la existencia de límites. La ecología clásica al presentar una naturaleza con un orden propio, también ofrecía un marco de referencia para proponer medidas de gestión. Esto fue realizado por aquellos que sí estaban interesados en la articulación con la conservación y el desarrollo.

La Naturaleza como capital

Un nuevo giro en las concepciones de la naturaleza se inicia en la década de 1980 con una perspectiva originada en la economía. Esta visión se presenta en diferentes corrientes económicas,  pero que han apelado a considerar a la naturaleza como una forma de capital. De esta manera, la omisión de haberla reducido al "factor de producción tierra" podría ser subsanada, integrándola a las herramientas y conceptos a disposición de los economistas. Este intento es una "economización" de la naturaleza, en el sentido de ampliar el concepto de capital hasta englobarla. Al considerar el ambiente como una forma de capital es posible promover la "internalización" de esos recursos a la economía.
Estas posturas expanden la racionalidad económica manteniendo el mismo propósito de instrumentalización y manipulación, así como el antropocentrismo, donde el valor de la naturaleza está dado por los valores de uso y cambio asignados por el ser humano. La naturaleza se podría contabilizar en dinero, y por lo tanto la protección del ambiente en realidad sería una forma de inversión.
La propuesta cepalina considera incluso que se debería calcular la "depreciación" del capital natural, y agrega que "los recursos naturales y ambientales son formas de capital y que, como tales, son objeto de inversión". A su vez, los ciclos ecológicos (como del agua o regeneración del suelo) pasan a ser considerados "servicios" que pueden ser también ingresados al mercado. Bajo esta
postura, la conservación abandona sus objetivos primarios y queda al servicio de las posturas de desarrollo tradicional. Nuevamente los criterios de eficiencia y beneficio se imponen, más allá de los problemas formidables que implica intentar asignar precios a los recursos naturales. La conservación de la naturaleza tampoco se hace aquí en atención a valores ecológicos u de otro tipo, sino en función de su incidencia en los procesos productivos.
Como esta postura ubica a la naturaleza dentro del mercado, aspectos claves de la conservación dependerían de marcos económicos e institucionales. Emerge así una notable paradoja: aunque la sustentabilidad de los procesos ecológicos está determinada por una dinámica ecológica, ese hecho es minimizado, y se le atribuye esa responsabilidad al ser humano. Si concebimos un ambiente natural, sin ninguna interferencia humana, ese ecosistema se mantendrá dentro de su sustentabilidad bajo sus patrones ecológicos por sí mismo. La sustentabilidad ecológica es una propiedad de los ecosistemas y no del hombre.
El reduccionismo economicista no necesariamente reconoce esta cuestión ya que al ingresar a la naturaleza dentro del mercado, de alguna manera desarticula y anula el propio concepto de naturaleza y la reemplaza por términos como capital, servicios, bienes, productos, recursos, etc.

La naturaleza fragmentada

Una consecuencia inevitable de varias posturas anteriores es la erosión y fragmentación de la propia naturaleza. Deja de tener sentido usar ese término por que la naturaleza pierde cohesión, unidad y atributos comunes. Ella es desagregada en distintos componentes y referidas a distintos conceptos y  la visión economicista sólo se reconoce aquellos elementos que posean un valor económico, sea actual o potencial.
Además, cada uno de esos componentes debe tener dueños, proponiéndose derechos de propiedad sobre las formas de vida y los ecosistemas. Tradicionalmente una persona podía ser propietaria de una finca o un predio, pero nunca se entendió que era dueña de un ecosistema o de toda una especie. En la nueva versión, la propiedad puede existir sobre un ecosistema (con ejemplos en la asignación de propiedades sobre secciones de ecosistemas de ríos y cursos de agua), y en la forma más extrema, sobre variedades genéticas de especies vivas (patentes sobre microorganismos y cultivos). En ese caso ni siquiera el ser vivo completo es de interés, sino alguno de sus atributos genéticos, los que pueden ser comercializados, y por lo tanto se los regula por medio de patentes y otros derechos de propiedad. La reducción de la propiedad y de la gestión a nivel de los genes es un ejemplo de una extrema fragmentación de la vida.

2. Estrategias de desarrollo

Desde la temprana independencia, las estrategias de desarrollo invocadas para América Latina también se inspiraban en Europa como un modelo a seguir. El crecimiento material no sólo era un objetivo, sino que no se dudaba de su posibilidad. La naturaleza era el marco que hacía posible esos sueños; se invocaban
las riquezas en cada uno de los países, los espacios vacíos a ocupar, y la calidad de la población. Para ello se diseñaban distintos formas de incrementar la extracción minera, descubrir petróleo, acentuar y ampliar la explotación agropecuaria y promover el desarrollo industrial  El acento se ponía en el crecimiento económico como generador del progreso social y político. Algunos no negaban que esa búsqueda ocasionara costos, referidos usualmente al área social, sino que se los entendía como inevitables. En cambio, los impactos ambientales o los límites ecológicos no eran tenidos en cuenta.

La naturaleza era simplemente ignorada o referida al medio que haría posible ese progreso. Se insistía en la enorme disponibilidad de recursos, en la existencia de espacios vacíos que debían ser "civilizados" y en una amplia capacidad de amortiguación de cualquier impacto ambiental. En especial en el siglo XX, yen particular desde 1940, los modelos latinoamericanos del desarrollo, reivindicaban las ideas básicas del progreso perpetuo y el carácter subsidiario de la naturaleza.