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Política, tele y calidad educativa Por Mempo Giardinelli
Cuando se
escuchan o leen afirmaciones condenatorias de la educación argentina, y
periodistas y políticos opositores repiten la reiterada cantilena acerca de la
pésima calidad educativa argentina, la sociedad está asistiendo, sin saberlo, a
otro perfecto doble mensaje confundidor.
Es
inevitable preguntarse a qué tipo de calidad educativa aspirarán esos mismos
políticos y periodistas que –infatigables y mentirosos, y algunos negadores de
sus oscuros pasados– trajinan los estudios televisivos y las páginas
editoriales de los todavía llamados grandes diarios monologando y coincidiendo
entre ellos mismos acerca de un problema nacional gravísimo que en efecto
existe –la calidad educativa en la Argentina viene en tobogán descendente desde
hace más de 30 años– pero al que ellos, desde su ignorancia y repitiendo
clichés, apenas y solamente frivolizan y confunden.
Puede
entenderse en aquellos empleados del establishment televisivo y de Clarín y La
Nación que, como sus patrones, están al servicio de intereses económicos
antinacionales. Pero cuesta mucho más entender a dirigentes y legisladores que
son gente grande y de apariencia seria, que aceptan y repiten todo lo que dicen
o escriben aquéllos.
Porque la
calidad educativa es un asunto de extrema complejidad y muy difícil solución
para un país como el nuestro, en el que se degradó sistemáticamente a la
docencia durante dos décadas y media (1976 a 2002); se arruinó un sistema que
dio buenos resultados durante un largo siglo y, entre otras calamidades, acabó
con el respeto a la autoridad del saber y el conocimiento, además de que
eliminó todo sano criterio sancionatorio.
Resulta
lamentable comprobar cómo periodistas, políticos, funcionarios y hasta dizque
“estrellas” de variopintos firmamentos mediáticos, en realidad banalizan y
bastardean el problema de la calidad educativa. Desde sus falsas preocupaciones
al respecto, repiten lugares comunes y frases hechas, algunos invocan
acríticamente las pruebas PISA y todos se pasean por los programas televisivos
más condenables.
Así se
confunde al pueblo argentino respecto de conceptos como “educación” “cultura”,
“artistas”, “entretenimiento” o “humor”, y son muchas las propuestas
embrutecedoras, algunas hasta extremos inesperados. Allí se invita a esos
políticos dizque preocupados por la calidad educativa –sobre todo en períodos
preelectorales– para que concedan entrevistas y se muestren sonrientes en medio
del grotesco mediático con que se engaña día a día y sobre todo noche a noche a
la ciudadanía. Y ellos y ellas van.
No sostengo
que el Sr. Marcelo Tinelli sea el único responsable de esto, pero sí que le
cabe una enorme responsabilidad. En sus programas, desde hace años, se hace
culto de la vulgaridad, la banalidad y el mal gusto. Se incita a personas para
que ofrezcan cuerpo y dignidad a cambio de efímeras fama y dinero, lo cual en
otros ámbitos suele tener el nombre de corrupción y/o prostitución. Pero a eso
periodistas y políticos de oposición no lo ven, no lo denuncian y, peor aún, lo
aceptan sonrientes. Incluidos los y las neofiscales republicanos que van
alegremente a comer con la Sra. Legrand o se prestan a las noches de TN en las
que ahora es moda condenar la mala calidad del sistema educacional argentino.
Así resultan
cómplices de la ya añeja cruzada de los poderes concentrados que trabajan desde
los medios para convencer al pueblo argentino de que es importante todo aquello
que no tiene ninguna importancia. Y de que tiene valor todo lo que carece
absolutamente de valor.
Por su
parte, admirable en su imaginación y audacia, el Sr. Tinelli parece capaz de
todo. Y no sólo por sus negocios o aficiones deportivas, que son asuntos de él,
sino porque el extraordinario crecimiento de su influencia está basado en
consignas degradantes, en una misoginia constante, en la insistencia de que las
mujeres sólo se destacan si bailan semidesnudas, y en una práctica de
chabacanería, machismo y ordinariez pocas veces vista. Y todo ello con otro
doble discurso habitual en sus programas: el de que “ayudan” a instituciones
benéficas o carenciadas.
Obvio es
decir que muchísimos ciudadanos no vemos esos programas, pero no podemos
evitar, haciendo zapping, toparnos con vulgaridades, groserías y mal gusto. E
igualmente obvio es que no se ve calidad educativa alguna en la media general
de la televisión argentina a la que tan afectos son, y tan complacientes, los
dirigentes, legisladores y militantes de la oposición que son capaces de ir a
todo tipo de programas a hablar, justamente, de la mala calidad educativa
argentina, a la que se refieren como si solamente fuese la perversa invención
de un gobierno.
De esa
calidad educativa no se habla. Ni una palabra. Aunque es ésa la peor, pésima
educación que entra de contrabando todos los días en cientos de miles de
hogares argentinos, buscando confundir y atontar a millones de familias con
sexismo barato y la ideología más reaccionaria y retrógrada.
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