Economía: TEMAS DE DEBATE: HERRAMIENTAS PARA LA
EXPLOTACION DE RECURSOS NATURALES VERSIÓN ADAPTADA
Tecnologías en el ojo de la tormenta
Análisis
sobre el modelo de intensificación productiva que es actualmente dominante en
la explotación de recursos naturales, tanto el fracking como la megaminería y
los transgénicos. Qué otras alternativas tienen los países en desarrollo como
Argentina.
Producción: Tomás Lukin
debate@pagina12.com.ar
Hay otras alternativas Por Valeria Arza, Anabel
Marin y Patrick van Zwanenberg
Investigadores de Cenit/Untref (Universidad Nacional de Tres de Febrero)
Es común escuchar argumentos que defienden el modelo de
intensificación productiva que es actualmente dominante en la explotación de
recursos naturales (RN) –fracking, megaminería, transgénicos– como único camino
para impulsar un proceso de desarrollo. Se argumenta que los países como el
nuestro no han llegado a un estadio de desarrollo que haga relevante la
preocupación ambiental porque existen otros problemas más urgentes (por
ejemplo, la generación de divisas). Si bien se concede que estas actividades no
son inocuas para el medio ambiente y pueden estar asociadas a los intereses de
grandes corporaciones, se piensa que será posible generar impactos positivos
para el desarrollo con buena intervención y regulación pública.
Con una economía altamente dependiente de los RN, no
sorprenden estos argumentos pragmáticos: la soja transgénica representa más del
50 por ciento del área cultivada y es imposible ignorar cómo se verían
afectadas las cuentas fiscales si se cambiaran las prácticas tecnológicas
actuales; de igual manera, corresponde aspirar a mejorar la balanza energética.
Pero pragmatismo no justifica dogmatismo. Existen diversas alternativas
tecnológicas que podrían promoverse. Tres cuestiones deberían tomarse en
consideración.
Primero, el modelo de explotación de RN dominante genera
graves problemas económicos, ambientales y sociales de efectos evidentes en la
calidad de vida de las poblaciones que conviven con estas prácticas y vaticina
un futuro menos auspicioso para el empleo rural, la diversificación productiva,
para agregar valor en origen, la soberanía alimentaria, la salud, la
disponibilidad de agua potable, etcétera. No es anti-tecnológico criticar
algunas tecnologías específicas.
Segundo, existen tecnologías alternativas de producción
de RN que superan social y ecológicamente a las establecidas (por ejemplo,
energía eólica o producción agropecuaria para mercados diferenciados como la
orgánica o agroecológica). Muchas también son viables económicamente o podrían
serlo si se apoya su desarrollo. Sin embargo, como muchas veces entran en
tensión con las prácticas dominantes (por ejemplo, por el uso de la tierra), no
cuentan con el apoyo político y económico necesario para su expansión.
Tercero, la tecnología no puede separarse de las
relaciones sociales en las que se inserta, ni de las normativas que regulan su
funcionamiento: no es exógena al sistema. Por ejemplo, el modelo de producción
de agricultura intensiva no se difundió solamente por las virtudes de las
semillas transgénicas, los agroquímicos o los equipos de siembra directa. Su
difusión tuvo que ver también con las redes existentes de empresas proveedoras
de diversas tecnologías, con su capacidad de lobby, con las leyes de propiedad
intelectual, con las regulaciones para la liberación de eventos transgénicos,
con los intereses políticos que se crean alrededor de prácticas establecidas,
etcétera.
Las tecnologías alternativas pueden no “encajar” con
facilidad dentro de este sistema establecido. En buena medida dependerá de
hasta qué punto se aparten de las prácticas dominantes. Cuanto más se aparten,
mayores tensiones se originarán y más resistida será su expansión. Por ejemplo,
algunas medidas que podrían favorecer alternativas (como la agricultura
orgánica) pueden ser resistidas si desfavorecen a las prácticas establecidas:
pensemos el caso de medidas que restrinjan la fumigación aérea, una práctica
extendida en la agricultura intensiva. Cabe resaltar que quienes se favorecen
de las prácticas dominantes pueden ejercer una influencia mucho más efectiva
incluso que las prácticas de representación democrática. Valga como ejemplo el
modo en que el gobierno del Chaco reglamentó la ley de uso de agroquímicos,
haciendo caso omiso de las distancias mínimas de fumigación allí establecidas.
En suma, resulta ingenuo pensar que la tecnología es
neutral e independiente de las relaciones sociales (y de poder), tanto como que
será siempre posible regular su funcionamiento en pos del bien común. Algunos
impactos negativos no se pueden disminuir o controlar con regulación e incluso
las regulaciones viables serán intensamente resistidas por quienes vean
amenazados sus intereses.
Finalmente, el
argumento de que existe una única tecnología capaz de impulsar el desarrollo
–lo que nos obligaría a estar dispuestos a soportar sus consecuencias
negativas es falaz. Existen múltiples opciones tecnológicas con diversas
relaciones sociales, económicas y ambientales asociadas. Algunas son
superadoras de las establecidas en varias dimensiones, pero no podrán
expandirse sin un esfuerzo colectivo de promoción y difusión desde la política
pública y la sociedad civil.
Necesidad social Por Ignacio Sabbatella Licenciado en Ciencia Política, becario
doctoral Conicet - Instituto Gino Germani.
La Argentina se encuentra frente a una encrucijada
histórica en cuanto a la definición de una política energética de largo plazo.
La expansión de la demanda en el marco del crecimiento económico experimentado
en la última década llevó a la crisis final de la reforma neoliberal del sector
hidrocarburos. La estrategia privada se asentó en la sobreexplotación de las
reservas convencionales descubiertas en gran parte por la YPF estatal y el
abandono de la actividad exploratoria. El saldo fue una caída pronunciada de la
productividad de los yacimientos de petróleo a partir de 1998 y de gas a partir
de 2004. La creciente importación de gas natural y combustibles ha derivado en
un déficit comercial energético desde 2011, que reaviva el fantasma de la
restricción externa sobre la economía nacional.
La recuperación del control estatal de YPF fue un hito y
la nueva gestión frenó el declino de la extracción, pero apenas representa un
tercio del mercado de crudo y un cuarto del mercado de gas. En consecuencia, en
2012, la importación de energía implicó 9266 millones de dólares (un 13,5 por
ciento con respecto al total de las importaciones) y el déficit fue de 2738
millones de dólares (equivalente al 21,6 por ciento del superávit comercial
total logrado en el año).
Los recursos no convencionales se presentan como la gran
promesa para recobrar el autoabastecimiento energético, especialmente la
formación Vaca Muerta en la Cuenca Neuquina. Se precisan inversiones
millonarias y la utilización de la fractura hidráulica en combinación con la perforación
horizontal.
Esta nueva modalidad de explotación exige un esfuerzo conjunto entre Nación y provincias para implementar estrictos controles ambientales y establecer un ordenamiento territorial que resguarde a las comunidades locales y a otras actividades productivas.
Esta nueva modalidad de explotación exige un esfuerzo conjunto entre Nación y provincias para implementar estrictos controles ambientales y establecer un ordenamiento territorial que resguarde a las comunidades locales y a otras actividades productivas.
Por otro lado, hay que señalar que todavía existe un alto
grado de incertidumbre respecto de la conversión en reservas de los “recursos
técnicamente recuperables” de shale contabilizados por la Agencia de
Información Energética de EE.UU. y, además, los cálculos más optimistas ubican
la recuperación del autoabastecimiento en 2022. Por lo tanto, la política
energética no puede focalizarse exclusivamente en el shale y debería abrirse un
abanico de medidas para paliar el déficit comercial. A corto y mediano plazo,
atenuar la demanda a través de una fuerte campaña de uso eficiente y racional
de la energía a nivel industrial, residencial, comercial y del transporte; y
continuar con la quita de subsidios a los sectores más pudientes. A largo plazo,
promover la diversificación de la matriz energética hacia fuentes renovables.
Un involucramiento estatal más decidido en el sector eólico sería un paso
fundamental.
De la misma manera que no es conveniente entronizar la
explotación no convencional, tampoco debería ser demonizada. No es adecuado
englobar distintas actividades primarias de gran escala bajo el rótulo
peyorativo de “extractivismo”; tampoco es adecuado patrocinar acríticamente
cualquier modalidad de extracción y tecnología en pos del “desarrollo”. En ese
sentido, el fracking difiere, por ejemplo, de la minería aurífera (minería del
oro) en al menos dos puntos. En primer lugar, la explotación del shale es
liderada por el Estado argentino a través de YPF, mientras que el mercado
metalífero está dominado por las grandes mineras transnacionales.
Y en segundo lugar, el petróleo y el gas son bienes
estratégicos necesarios para satisfacer no sólo el desarrollo industrial sino
también el bienestar de la población en su conjunto. Mientras que una gran
parte de la extracción de oro –que ni siquiera se refina en el país– está
destinada como materia prima a la producción de bienes suntuarios y como
reserva de valor de la banca internacional.
Bajo las actuales circunstancias, el desarrollo no
convencional es una necesidad social. En algunos casos, la intransigencia
ambientalista no se reduce al fracking sino que se extiende hacia otras fuentes
de energía como la hidroeléctrica, cuyo potencial nacional es más que
promisorio y permitiría reducir la dependencia fósil.
La crítica coyuntura es una oportunidad propicia para
preguntarse energía por qué, para quién y cómo; también para debatir y definir
democráticamente cuáles son los umbrales sociales y ambientales que la sociedad
argentina está dispuesta a tolerar para sostener las necesidades energéticas
del país en las próximas décadas.
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