En
www.infonews.com
Miradas al
Sur Año 7. Edición número 296. Domingo
19 de Enero de 2014
Un fragmento del libro de Norma
Giarracca y Miguel Teubal que propone una mirada sobre el extractivismo, una
palabra que no figura en ningún diccionario pero que muestra la falta de
valoración social que gran parte de la población les otorga a estas actividades.
Norma
Giarracca es magíster en Sociología, Titular de Sociología Rural, Coordinadora
del Grupode Estudios Rurales (GER) y del Grupo de Estudios de los Movimientos
Sociales de América Latina (Gemsal) e investigadora del Instituto Gino Germani.
Miguel
Teubal es doctor en Economía Agraria,Profesor Consulto de la UBA e Investigador
Superior del Conicet en el GER-Gemsal del Instituto Gino Germani.
El paisaje
tanto geográfico como agrario-cultural de la Argentina llamaba mucho la
atención de propios y ajenos; las inmensas llanuras planas donde se llegaba a
divisar tanto la salida como la puesta de sol, ese horizonte difícil de
encontrar en otros territorios y que fue frecuentemente cantado por los poetas;
caminos de montañas, serranías, desiertos que desembocaban en oasis naturales o
producidos por la mano del hombre; inconmensurables zonas de lagos y glaciares,
saltos verticales u horizontales de los cauces de los ríos en una provincia de
tierra ferrosa de color ladrillo; todo junto y mucho más podía registrarse como
en muy pocas otras naciones del mundo. Los recorridos por las rutas, hasta hace
unos años suponía cambiar cada tanto de paisaje agrario; pasar por zonas de
vacas pastando a campo abierto en grandes extensiones, los tupidos girasoles o
campos de maíz y trigo que nos hicieron famosos en todo el mundo.
Llegar a Tucumán era perderse en un mundo
verde de cañaverales, arroyos y ríos; a Chaco, en un mundo blanco del algodón a
punto de cosechar; Misiones, un universo pequeño de cultivos y culturas de
muchas partes del mundo. Esa diversidad que, como siempre ocurre, era biológica
y cultural, se expresaba en extensiones interminables de cultivos (por lo menos
para el europeo) y pueblos entrañables donde los vecinos paseaban o hacían
compras sobre un sulky o en un tractor; los bares eran lugares de reunión y
amistad y todo giraba alrededor de las plazas. Nuestra literatura da cuenta de
estos territorios y poblaciones preñadas de historias que tanto reenviaban a
los pueblos preexistentes con sus leyendas como las del “familiar” o “la
salamanca” en el norte, como a los “gringos” de todos los rincones: árabes,
ucranianos, alemanes, daneses, españoles, gauchos judíos y “chinas” rubias y
polacas. Las comidas de los pueblos podían ser tan variadas como las culturas
mismas pero los huevos siempre fueron caseros, los asados de carne de vacas
caminadoras que nos hizo famosos en el mundo por su calidad y los vinos de
verdaderos maestros en el arte de hacerlos. Esos territorios nunca estuvieron
exentos de tensiones y conflictos, porque en el momento fundacional del
Estado-Nación, además de un etnocidio se configuró una injusta distribución de
la tierra que no pudo remediarse con los miles de colonos que comenzaron a
llegar y asentarse durante décadas. Pero un fuerte entramado institucional
había logrado una convivencia sin violencias y un sistema de inclusión, muy
desigual por cierto, pero donde todos estaban adentro. Éramos autosuficientes
alimentariamente y podíamos exportar; el mercado interno permitía alimentar con
los mismos productos a la clase obrera y al resto (el famoso asadito de los
albañiles). Necesitábamos cambios, distribuir la tierra o profundizar
innovaciones propias para subir rendimientos; en eso estábamos a comienzos de
los años setenta bajo la batuta experta del ingeniero agrónomo Horacio Giberti (Secretario de Agricultura y
Ganadería durante las presidencias de Héctor Cámpora y de Juan Domingo Perón).
Hoy, dictadura, década de 1990 y gobiernos
posteriores mediante, todo eso ha cambiado y muchos lo llaman “progreso”. Sólo
mencionar ese tramo de la ruta 158 de Villa María a Río Cuarto en la provincia
de Córdoba para ejemplificar lo que “esos muchos” denominan progreso. Los
desiertos de soja verde derivan en la ciudad General Deheza, reinado del
complejo del agro-negocio sojero donde el olor rancio del aceite indica la
famosa “agro-industrialización” o “incorporación de
valor” como dicen las propagandas oficiales del “modelo”. Una ciudad
intervenida, rodeada por unos hierros de una pestilente fábrica que cruza la
ruta en forma de puentes e imponen al que pasa por la ciudad esa presencia
prepotente de poder, devastación y saqueo de una tierra que, para la
Constitución de 1949, debía cumplir una función social. Con sus propios trenes
a los costados para sacar las producciones por los puertos de Rosario, una
parte de Córdoba se alza con el orgullo de los ricos ignorantes en el corazón
del agro-negocio sojero. Recordamos al pasar por allí a esos hijos muertos y
enfermos de unas madres valerosas que en esta misma provincia (localidad de
Malvinas Argentinas- Córdoba) llevaron a los tribunales por contaminación a dos
sojeros y un fumigador en un juicio penal que les dio la razón.
¿Debemos resignarnos a que estamos a finales
de una época, que esta es la nueva Argentina a la que nos debemos adaptar?
¿Reconocernos como los “perdedores del modelo” como suele decir el empresario sojero
Gustavo Grobocopatel, dueño del grupo Los Grobo? O como nos cuenta el final de
la novela de Gabriela Massuh, “La omisión”, debemos mantener oculta de algún
modo nuestra cultura como lo hizo una de las más antiguas civilizaciones entre
el Eufrates y el Tigris, Góbekli Tepe, que preservaron el pasado enterrándolo
para testimoniar sobre él en tiempos futuros. ¿Son los libros nuestras formas
contemporáneas de preservar u ocultar lo que fuimos para un futuro incierto? En
cierto sentido los son, pero también son herramientas de resistencia para parar
y modificar aquello que destruye el tesoro más importante que se nos otorgó: un
territorio diverso y fértil.
Eso tratamos de mostrar en nuestro libro: las
transformaciones en marcha desde diversas disciplinas y con la rigurosidad del
buen oficio de investigadores pero también desde la invitación a conocer y
sumarse a las resistencias y proponer un camino a seguir que no haga necesario
“ocultar” en páginas lo que construimos alrededor de una naturaleza generosa y
exuberante, porque lo perdemos.
¿Reprimarización
de la economía?
No hay
ninguna duda de que las actividades extractivas se expandieron, la inquietud
que cabe es si este crecimiento se refleja en los datos de los componentes de
la economía del país. Hemos demostrado en trabajos anteriores que en el nivel
de los valores exportables, en la Argentina como en el resto de la América
latina incluido Brasil, hubo una reprimarización (aunque la Presidenta en sus
discursos se empeñe en decir lo contrario). El interrogante reside en si en el
nivel de la actividad interna prevalecen también los sectores de origen
primario o la industria ha recuperado cierta dinámica que la lleva a
convertirse en motor de la economía.
No es la primera vez en la historia de América
latina que uno de los ejes centrales de los debates y de las luchas políticas,
sociales, culturales y epistemológicas del momento, gire en torno a la relación
entre actividades primarias e industriales. En otras palabras, el interrogante
de si hubo un proceso de reprimarización de la economía, las características
que asumiría dentro de lo que hemos denominado modelo extractivo o
extractivismo y su relación con el sector industrial. Hablamos de
reprimarización porque esta relación ha sufrido un largo derrotero en el
continente desde la conquista hasta nuestros días, es decir, en algún momento
el continente tuvo una vocación industrializadora.
Entendemos
por reprimarización al énfasis puesto sobre la producción de materias primas
que se constituyen en productos básicos de exportación (commodities) aunque
también aquellos provistos por el sector agropecuario en el modo de producción
del “agronegocio” o agroindustrias para el mercado interno. Los sectores
primarios de la economía incluyen en forma creciente sectores que pueden ser
altamente intensivos en capital, pero que generan poco empleo, e incluso lo
expulsan, y que tienen pocos vínculos con el resto de la economía (tienden a
formar parte de las llamadas economías de enclave). Y si bien, como señalamos
en este libro, en el momento actual son actividades muy rentables, involucran
el desgaste y agotamiento de la base de recursos naturales del país, una feroz
degradación ambiental y consecuencias en el nivel de la salud humana.
El papel que juega el sector primario, y lo
que denominamos como la reprimarización, o sea, el extractivismo, en nuestra
sociedad puede ser visualizado en un contexto más amplio, en el marco de las
políticas globales aplicadas en diferentes períodos históricos. En este sentido
podemos considerar como trasfondo de estos análisis las políticas y los
procesos referidos a la explotación de los recursos naturales en tres períodos:
1) Una primera etapa en la que se resaltan muy
marcadamente las denominadas políticas de “industrialización por sustitución
de las importaciones” (ISI);
2) Las denominadas políticas de “apertura”
impulsadas tanto por la dictadura militar como por la convertibilidad enmarcada
en el neoliberalismo económico;
3) las actuales políticas de la
“post-convertibilidad”.
Las políticas
de ISI surgen como consecuencia de la crisis de los años treinta y las dos
Guerras Mundiales y concluyen hacia
comienzos de la década de los setenta con el embate del neoliberalismo.
Señaladas como políticas que se proponían modificar el tradicional patrón
primario exportador establecido en nuestro país desde fines del siglo XIX se
manifiestan claramente a partir del primer gobierno peronista del período
1946-1955. Diversos estudios remarcan como parte de este proceso el crecimiento
de la industria, y la sustitución de importaciones de productos manufacturados.
En un primer período se trata del establecimiento de industrias livianas
(textiles, artefactos para el hogar, etc.), mientras que en una segunda etapa
se complejiza el desarrollo industrial y tienden a sustituirse las importaciones
de algunos bienes intermedios y de capital al establecerse industrias tales
como la petroquímica, química pesada, automotriz, etcétera.
A lo largo de esta etapa el proceso de
industrialización se manifiesta en el aumento de la participación del producto
industrial en la producción global; en nuestro país, éste alcanza un máximo en
el período 1970/1974 con un producto industrial que representa 43,5% del PBI.
Se trata de un proceso que involucra a toda América latina en general.
La otra
variable que configura un indicador del grado de sustitución de importaciones
alcanzado es el porcentaje de la participación de la producción manufacturera
en las importaciones (en particular en lo que concierne a importaciones de
bienes de consumo) que a lo largo del período se reduce sustancialmente. El
proceso de industrialización incide sobre el aumento del PBI per cápita de toda
la región alcanzando un 2,5% por año entre 1950 y 1973. Asimismo, si bien se
manifiesta una tendencia decreciente en las importaciones de productos
manufacturados, en casi todos los países de la región se producen déficit de la
balanza comercial, inclusive en nuestro país. Esto se debe, por una parte, a
los aumentos de las importaciones de bienes intermedios y de capital, y por la
otra, a que las exportaciones siguen siendo casi exclusivamente productos
primarios que no aumentan sus volúmenes o valores de exportación lo
suficientemente como para hacer frente a las crecientes importaciones. Asimismo
se trata de un período en el que se presenta un claro enfrentamiento entre el
modelo de ISI y el de la “apertura” apoyado por sectores tradicionales y el
capital extranjero.
En esta
etapa, el movimiento obrero adquiere un protagonismo muy importante y la
participación del trabajo en el ingreso nacional alcanza niveles muy altos (en
particular a comienzos de los años ’50). En nuestro país el modelo es en
general resistido por diversos sectores, lo que se manifiesta en una gran
inestabilidad política. Vemos así que con vaivenes y en el marco de procesos
políticos complejos que conducen inclusive a golpes de Estado, el proceso de
industrialización en nuestro país sigue su curso. Al mismo tiempo, el grueso de
las exportaciones están conformadas por los tradicionales productos primarios
de exportación, constituyéndose en determinadas coyunturas económicas cuellos
de botella a causa de los déficits en la balanza comercial que conducen a
cambios bruscos de política. Cabe destacar también que la ISI como régimen de
acumulación se constituyó como un proceso que se proponía modificar las pautas
primarias exportadoras de antaño. Ya se había generado un debate impulsado
inicialmente por la Comisión Económica Para América latina (Cepal) destacándose
la importancia de la ISI y la necesidad de modificar estructuras económicas y
los modelos de acumulación basados en exclusividad en las “ventajas
comparativas” que presuntamente tenían los países de la periferia respecto de
sus productos primarios de exportación.
Estas políticas de ISI entran en crisis en los
años ’70, a causa del auge del neoliberalismo en todo el continente. En
nuestro país surge con el golpe militar del “Proceso de reorganización nacional”
primero y durante la “Convertibilidad” de los años 1990 después. Comienzan a
prevalecer las políticas de “apertura” al exterior, la presunta necesidad de
dar rienda suelta a las denominadas “ventajas comparativas”, y al “mercado” que
cuestionaban las anteriores políticas de ISI. Se trata de la implantación de
políticas de desregulación, privatizaciones, y aperturas al exterior, políticas
que habrían de potenciar fundamentalmente a dos sectores de la economía que
paulatinamente se transformaron en hegemónicos: el sector financiero y los
sectores primarios relacionados fundamentalmente al agronegocio sojero. Es el período
en el que se impulsa la expansión sojera y se establecen las bases para el
crecimiento de la minería a cielo abierto. También se trata de darle rienda
suelta al capital extranjero en estos sectores y en el sector petrolífero, en
el proceso de privatización de YPF.
A lo largo y ancho del continente se
establecen regímenes y leyes que favorecen al extractivismo y a la
reprimarización de la economía. En Argentina se decreta el Plan de
Convertibilidad y el Decreto de Desregulación del año 1991 siendo éste último
el marco en el que se establecen las bases para dar impulso al neoliberalismo y
a la reprimarización de la economía. El Plan de Convertibilidad establece el
uno a uno (un peso igual a un dólar) y la plena liberalización de los capitales
desde el exterior hacia el país y desde el país hacia el exterior. Como
consecuencia existe una recuperación de los sectores primarios en el producto
agregado y en particular en la estructura de las exportaciones, pero también se
manifiesta un intenso proceso de desindustrialización, lo cual conduce a “la
destrucción de la capacidad instalada y del tejido industrial, así como la
pérdida de capacidades humanas difíciles y costosas de revertir”.
Durante este período se promueve activamente
la reprimarización de la economía aparte de la importancia que se le asignada
al sector financiero. Se manifiesta cierta recuperación de los sectores
primarios en el producto agregado y en las exportaciones, o sea, una tendencia
hacia la reconfiguración de la tradicional economía primario-exportadora. El
contexto global ha cambiado con relación a lo que eran las economías
primario-exportadoras de comienzos del siglo pasado; hoy en día están
motorizadas por grandes empresas transnacionales que dominan sectores claves en
las que operan y en los espacios financieros que las impulsan. Se manifiesta la
utilización de tecnologías de punta –en la producción agraria las semillas
transgénicas, en la minerías grandes emprendimientos “a cielo abierto” en la
que se dinamitan montañas enteras en vez de utilizar los tradicionales
socavones, en la producción de hidrocarburos el nuevo sistema de fracking– y
entre cuyas características determinantes están los enormes pasivos ambientales
y sociales que generan.
No es de
extrañar entonces que son procesos altamente resistidos tanto en nuestro país
como en todo el continente, dados sus efectos sociales y ambientales altamente
perniciosos.
(…)
En nuestro
país, con la reprimarización de la economía, las exportaciones de soja
adquieren preeminencia en el total, y en términos globales si bien se produjo
cierto recupero de las exportaciones de productos manufacturados (por ejemplo,
automóviles al Brasil), casi el 70% de las exportaciones sigue siendo productos
primarios, tanto agropecuarios y manufacturas de origen agropecuarios, como
productos mineros. Ésta es una tendencia que sigue también en nuestros días,
pese a que el modelo neoliberal es denostado por los gobiernos denominados
“progresistas”.
La
reprimarización continúa intensamente durante la tercera etapa, la
post-convertibilidad. Si bien en 2001-2002 hay una crisis propia del
neoliberalismo, algunas políticas que se remiten precisamente a la
reprimarización de las economías siguen su curso con posterioridad. Un cambio
importante lo constituye el hecho de que en los términos planteados por el
economista Daniel Azpiazu habría habido una reactivación industrial donde se
quebró el modelo de desindustrialización que arrancó en 1976. Sin embargo, la
nueva paridad cambiaria y los bajos costos salariales en dólares potenciaron un
perfil exportador vinculado con la producción de commodities . El autor acepta
que hubo un proceso industrializador circunscripto a determinados sectores pero
tuvo sus limitaciones. La única política activa que hubo fue la de promover industrias que favorecieron a los oligopolios (las siderúrgicas, las
automotrices y las de procesamiento de soja). En medio del conflicto del agro,
se les dio beneficios de promoción a los que procesaban soja de exportación y a
las que producen biodiésel a partir de la soja. Se promocionaron además
proyectos que se hubiesen hecho de todas formas porque estaban las condiciones
dadas en el escenario internacional.
Daniel Azpiazu fue crítico del proceso
industrializador por ser concentrador y extranjerizante, marcaba que no hubo
políticas para las pymes (Pequeñas y Medianas Empresas) y se mantenía un perfil
exportador semejante a los de 1990. Asimismo, si bien hasta 2006 las cifras
muestran superávit comercial, en 2007 y 2008 se transforman en déficit industrial.
Vuelven a aparecer las figuras del “stop and go de la industrialización
sustitutiva”; y si la estructura de la producción industrial no se modificaba
volvería a aparecer el déficit comercial.
Como es sabido, y nuestro libro intenta
reforzar la idea con datos y análisis de todo tipo, la Argentina sigue
impulsando significativamente los sectores primario-exportadores a fin de
garantizar la provisión de reservas de divisas para hacer frente a posibles
efectos de la crisis mundial. El modelo extractivista cobra intensidad a raíz
del aumento de la demanda de China y la India y del alza de los precios de los
commodities en los mercados internacionales. El mercado de commodities asume
plenamente las características que tienen los mercados financieros globales y
que han contribuido significativamente a la debacle actual que sufren los
países europeos, Estados Unidos y Japón, entre otros.
Con respecto a nuestro país, creemos
que es necesario poner en cuestionamiento un modelo que no sólo es inestable y
no resuelve los problemas fundamentales de la sociedad sino que los agrava,
creando con el correr de los años creciente sufrimiento entre amplios espectros
de la población.