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Glifosato, un herbicida sin control Por Fundación de Ambientes y Recursos Naturales
(FARN)
sociedad@miradasalsur.com
La siembra masiva de soja transgénica, no sólo en el campo
sino también en zonas muy cercanas a los cascos urbanos, trajo aparejados
fuertes cuestionamientos sobre la aplicación de agroquímicos, cuyas
consecuencias aún son imprevisibles, y ha motivado que el tema del uso de
pesticidas sea puesto bajo la lupa judicial.
Durante el 2009 se
sucedieron hechos que hicieron evidente la falta de una discusión y tratamiento
del tema de los agroquímicos, a la vez que mostraron la existencia de fuertes
posiciones antagónicas, incluso en el ámbito científico, como consecuencia del
llamado “Informe Carrasco” y la
respuesta al mismo por un grupo de científicos del Conicet.
La soja RR (Roundup
Ready) fue diseñada para usarla junto con el glifosato que es considerado un
herbicida, concepto que puede corroborarse en la Guía de Productos
Fitosanitarios. Ahora bien, este paquete tecnológico requiere un uso apropiado
del mismo con miras a una correcta aplicación y una protección de la salud y el
ambiente en todo el territorio de la Nación, en particular las prácticas
asociadas con aspersiones aéreas para los cultivos de Soja RR.
El glifosato, a
principios de 2010, representaba el 37% del total de herbicidas utilizados en
la producción agrícola argentina, por lo que su importancia en el actual modo
de producción agraria es tan grande que lo han llevado a ser un insumo
estratégico y con el mismo nivel de dependencia que el gasoil para la
actividad.
A pesar de que el
consumo de estos productos está en constante aumento, no contamos a nivel
nacional con un marco normativo adecuado con respecto al embalaje,
distribución, aplicación (épocas del año, condiciones climáticas,
características de suelos y napas, poblaciones cercanas, existencia de especies
en peligro de extinción, etc.).Es prioritaria la necesidad de abordar el
fenómeno de la expansión de la frontera agrícola trascendiendo el coyuntural
posicionamiento líder de la soja, y así planificar y ordenar el desarrollo
sustentable del sector con una perspectiva de corto, mediano y largo plazo.
En ese sentido,
también resulta esencial la adopción de medidas de índole económica y fiscal
que incentiven prácticas agrícolas orientadas a un uso sostenible del
territorio y la imposición de tasas o impuestos que desmotiven el uso
inapropiado del suelo y que complementen las estrategias regulatorias.
Entre las
recomendaciones más destacadas para un mejor funcionamiento del sistema
existente y un apropiado uso de los productos fitosanitarios se destacan:
• Promover el
tratamiento y la sanción de una ley de presupuestos mínimos de manejo integral
de los productos fitosanitarios, desde su producción, pasando por su
comercialización y utilización hasta su disposición segura (productos y
envases), con la finalidad de dar un tratamiento inequívoco y armonizado en
todo el territorio nacional de cuestiones fundamentales.
• Propender a la
sistematización de la normativa existente, especialmente a nivel nacional, dado
que existe una numerosa cantidad de normas de diversa jerarquía y temáticas que
se encuentran dispersas. Esto es un factor que influye negativamente en la
aplicación y cumplimiento de la normativa ambiental tanto para los reguladores
y aplicadores como para los ciudadanos y los usuarios del sector privado.
• Reforzar y promover
una ampliación del sistema federal creado en el marco de la autoridad nacional,
dado que el uso de pesticidas involucra intereses inter-jurisdiccionales, y que
existen dificultades presupuestarias para el control, y carencia de políticas
públicas provinciales.
• Fomentar la
observancia de las buenas prácticas agrícolas.
• Garantizar que la
sociedad civil cuente con el debido acceso a la información respecto del uso y
gestión de productos fitosanitarios.
• Impulsar que las
autoridades ambientales generen, sistematicen y pongan a disposición,
información sobre los efectos actuales que está generando la utilización de
pesticidas (fitosanitarios) sobre ecosistemas frágiles cercanos a zonas de alta
productividad, así como también un registro de los problemas ambientales
centrales por regiones, y de las acciones de mitigación de impacto que se
estuvieren promoviendo actualmente y para el futuro.
• Aumentar la
conciencia pública sobre los efectos en la salud y el medio ambiente derivados
del uso de los agroquímicos y la importancia de mejorar su marco normativo a
través del contacto sostenido con medios de comunicación masiva. Es fundamental
que el Estado promueva la investigación de los efectos de los agroquímicos en
la salud y el ambiente.
“Ni siquiera somos el granero del mundo, somos el
pastizal" por Ignacio
Jawtuschenko
Alberto Lapolla es un
ingeniero agrónomo especializado en genética, estudioso del modelo sojero, que
despliega sus críticas con convicción y fundamentos. Director del Instituto de
Investigación de la Central de Movimientos Populares y asesor de la Comisión
Nacional de Tierras
– ¿Cuál es la
correlación entre la concentración de la tierra y el boom sojero?
El germen de la
sojización estuvo en esencia en la última dictadura militar y la
convertibilidad menemista. Es un abandono del modelo industrial y el retorno al
modelo agroexportador concentrado, cuya historia se entiende en perspectiva:
los terratenientes son los descendientes directos de los encomenderos
españoles.
– ¿Hay una continuidad? ¿Y la Revolución de
Mayo?
–Castelli, Moreno y
Artigas fueron derrotados en este punto. No se liquidaron los latifundios.
Donde se logra tener una política agraria distinta, no basada en el latifundio,
es en el Paraguay de Gaspar Rodríguez de Francia, que aplica el Plan
Revolucionario de Operaciones de Moreno. Allí la tierra es del Estado. Con
Rivadavia, Rosas, Mitre y Roca continúa la concentración de la tierra en pocas
manos. En 1960, teníamos 660.000 productores; hoy tenemos menos de la mitad, y
6.900 propietarios son dueños del 49,7 por ciento, unas 80.000.000 de
hectáreas.
– ¿Cuáles son sus críticas al actual paradigma
agropecuario?
–La sojización tiene
impactos estructurales. Hemos dejado de producir alimentos –carne, leche, trigo
maíz, producción ovina, apícola, frutas, hortalizas y miel, entre otros– para
producir un forraje, “pasto-soja”. En la localidad bonaerense de San Pedro
había montes de 80 años que fueron limpiados para hacer soja. Es una materia
prima que se exporta en un 95% con la que estamos subsidiando la
industrialización de China y la India. Ni siquiera somos el granero del mundo,
somos el pastizal.
– ¿Cuál es el impacto social de esta realidad?
–Los pequeños y
medianos productores son los desaparecidos del modelo sojero. Cada mil
hectáreas de soja, se crean dos puestos de trabajo pero se destruyen nueve de
cada 10. En cambio, 100 hectáreas de agricultura familiar emplean entre 10 y 20
trabajadores. Además, sobre cerca de 1.200.000 trabajadores agrarios, sólo
350.000 están en blanco. Los agricultores hortícolas han sido de los más
castigados.
– ¿Por qué?
–El glifosato rociado
desde los aviones destruye los cultivos de verduras cercanos a los campos de
soja. El sistema consume gran cantidad de agrotóxicos, todos cancerígenos.
Hemos perdido 13.000.000 de hectáreas en Pampa Húmeda para el ganado. La
ganadería está recluida en los feedlots, donde se producen 11 de las 14.000.000
de cabezas de ganado que se consumen. Es una carne de mala calidad, son
animales sometidos a mucha tensión, que consumen hormonas, granos y alimento
balanceado, en lugar de pasto y forraje, lo cual afecta su valor nutricional y
fisiológico.
–Hace poco, en Córdoba, la AFIP detectó
maniobras fraudulentas en la comercialización por más de 2.500.000 toneladas de
granos y detuvo a más de 20 personas.
–Sí, gran parte del
negocio de la soja es en negro, se hace todo de palabra. Este año, el complejo
sojero producirá 19.000.000.000 de
dólares. La soja transgénica sólo se puede cultivar en 20 países del mundo. En
Europa no se permite.
– ¿Por sus impactos en el ambiente?
–Claro, la transgenia
afecta al ambiente. Cultivamos decenas de millones de hectáreas de una soja
cuya composición no conocemos. Requeriría de la realización de estudios de
largo aliento que no se hacen. Estamos jugando con el ecosistema y la salud de
la población.
– ¿Qué opina del estudio que hace un tiempo
presentó Andrés Carrasco?
–Estoy de acuerdo.
Según el informe, en sus estudios realizados en anfibios, no hizo más que
comprobar que el Round Up (producto comercial del glifosato) causa la muerte de
las células embrionarias y del cordón umbilical dando lugar a malformaciones y
tumores. El problema es que acá no se puede prohibir el glifosato por el enorme
poder de Monsanto y el lobby sojero.
– Hay una disputa por la legitimidad. En aquel
momento el ministro Barañao le restó validez, diciendo que no estaba publicado
en ninguna revista científica y que esa investigación no se había hecho en el
marco del Conicet...
–Ya lo publicará. Su
trabajo fue realizado en el Laboratorio de Embriología Molecular de la Facultad
de Medicina de la UBA. Carrasco comprobó los efectos, en la línea de los
estudios del equipo del francés Gilles-Eric Seralini. Lo que tiene que
descubrir ahora son las causas metabólicas, las enzimas que actúan sobre las
proteínas y eso le puede llevar más tiempo. De todas maneras, Carrasco fue muy
valiente en darlo a conocer. El problema es que el ministro Barañao es parte de
la industria biotecnológica. Cuando por 1984 Carrasco era mencionado para el
Premio Nobel por su descubrimiento de los genes Hox, nadie salió a
descalificarlo como en esta oportunidad.
– Pero, ¿cuál sería la solución? El Estado formalmente niega la
toxicidad del glifosato.
–La solución es salir
paulatinamente del monocultivo de soja. Hay que prohibir las fumigaciones
aéreas, porque el viento las lleva. Permitir las terrestres sólo a mil metros
de distancia de cualquier poblado, para evitar lo que sucedió en el barrio
Ituzaingó de Córdoba, donde hay 200 casos de cáncer y leucemia en una población
de 4.000. Repoblar el campo, recuperando producción y soberanía alimentaria. Lo
ideal sería un gran debate nacional, con participación de todos los sectores, y
con una policía ambiental que controle eficientemente las prácticas, porque no
se puede seguir fumigando con aviones como en la selva de Colombia, para luchar
contra las plantaciones de coca.
– ¿Qué deberían hacer el INTA y las facultades
de Agronomía?
–De una vez por todas
tienen que estudiar el glifosato. Hoy hay un pensamiento único sojero,
perdieron la capacidad para pensar en otros términos económicos e ideológicos.
El malestar de la Argentina sojera por
Ignacio Jawtuschenko VERSIÓN ADAPTADA
La de la soja es una controversia que interpela a toda la
sociedad y con especial aspereza al sistema científico técnico. Los sectores
pro y los anti en un diálogo de sordos, cruzan acusaciones. Es una antinomia en
la que salud y calidad de vida se contraponen al éxito económico del campo, y
en la que cada parte cita los estudios científicos que le conviene y omite
mencionar los que no apoyan sus argumentos. En ese contexto, la sojización
prolifera y pone en tensión a las identidades sociales, las culturas rurales,
las políticas públicas de desarrollo y el comercio con la otra punta del globo.
“La soja y sus
prácticas están cruzadas por polémicas con raíces profundas que convocan a
múltiples actores a discusiones todas importantes: los riesgos de contaminación
y la biodiversidad, el patentamiento y la mercantilización de la ciencia, y la
diversidad biológica y cultural”, analiza Ana María Vara investigadora del
Centro José Babini de Estudios de la Ciencia y la Tecnología de la Escuela de
Humanidades de la Universidad Nacional de San Martín.
A esta forma de
agricultura se la señala tanto como una imposición del mercado mundial,
reproductora de inequidades sociales, como por la tecnología beneficiosa,
columna vertebral de la recuperación económica del país.
En 2010, los campos se fumigarán con un océano de 300
millones de litros de glifosato y cada tonelada de soja cultivada extraerá 80
kilos de nitrógeno, 33 de potasio y 8 de fósforo, entre otros nutrientes.
“Con el monocultivo se destruyen las plantaciones autóctonas
y se las reemplaza por cultivos para un mercado global. La tendencia es hacia
la homogeneización de la producción de alimentos. Esta agricultura de escala es
la puesta en práctica de una receta de agro-tóxicos, que destruye la vida, la
tierra y la vida de la tierra”, observa el médico Jorge Kaczewer, miembro del
Grupo de Reflexión Rural (GRR).
Cultivar es
domesticar el tiempo.
Pasar de la caza y la pesca a la previsión agrícola
representó un salto cuántico. Pero desde el arado ancestral y el respeto a la
Pachamama a la agricultura de escala industrial de hoy, se han dado al menos
dos inflexiones. La primera fue la llamada “ Revolución Verde”, aquel sideral incremento de la
producción agrícola de los ’60. La segunda bisagra llegó en los ’90 con el
paquete de la biotecnología. Jugando a ser Dios, en la asepsia del laboratorio,
pistolas cargadas de genes intervienen en los cromosomas de los vegetales para
transferir rasgos deseables, como, por ejemplo, la resistencia a un herbicida
total como el glifosato. Pero tiene sus beneficios: los nuevos tipos de
semillas desarrollados por ingeniería genética se patentan y se licencian igual
que un software.
Pasaporte al
Primer Mundo.
La revolución productiva generada por la siembra directa la
hizo el ex secretario de Agricultura menemista Felipe Solá, que permitió a
Monsanto traerla de los Estados Unidos e implantarla a velocidad récord. A
caballo de una campaña de promoción para lograr una aceptación social, bajos
costos y simplicidad técnica, el paquete tecnológico de este sistema de siembra
era el pasaporte para que el país ingresara al Primer Mundo. Para el ingeniero agrónomo Alfredo
Galli, ex técnico del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), “no
hubo rigor científico. La soja entró por la ventana burlándose de las
instituciones nacionales. Los estudios fueron presentados por la propia
Monsanto, sin siquiera traducirlos ni contrastarlos. Primó el interés de la
empresa”. En 1996, se autorizaron también otros cultivos transgénicos, como
algodón y dos variedades de maíz resistentes a insectos. Ese año era
transgénica sólo el 0,7 por ciento del total de la soja sembrada. A partir del
2002, el 100 por ciento. En la Argentina el uso del glifosato es excluyente,
casi no se usa otro herbicida.
Los herbicidas han evolucionado desde los selectivos (para
algunas malezas) a los de amplio espectro y finalmente los totales como el
glifosato, diseñados para que eliminen toda vegetación con la que toma
contacto. “Nos hicieron creer que era el menos tóxico para los seres humanos y
el más amigable para el ambiente”, señala Kaczewer.
Efectos adversos
Hay quien puede decir que la biotecnología es inocua y
confiable porque está detrás de las fermentaciones que producen vino, cerveza,
pan, quesos y yogur. Pero la marea transgénica no es color de rosa. Si bien es
escalofriante, la opacidad de la información y la falta de estudios en las
universidades sobre efectos de agrotóxicos en humanos, días atrás, la Comisión
de Investigación del Agua del Chaco fue la primera en confirmar oficialmente la
relación entre los agroquímicos y el aumento de enfermedades en la localidad de
La Leonesa, cerca de Resistencia. El ministro de Educación de esa provincia,
Francisco Romero, dijo: “Desde las forestales, la de esta provincia ha sido una
historia de expoliación irracional de los recursos naturales. En las últimas
décadas, la tierra pública fue saqueada para plantar soja. En 1995 teníamos 5.000.000
de hectáreas de tierras fiscales y, en 2007, quedaban 600.000. Aunque ya hemos
logrado recuperar unas 600.000 que fueron vendidas ilegalmente, tenemos una
deuda en la política ambiental. Por ejemplo, en la escuela rural de Cancha
Larga, en el departamento Bermejo, donde han aparecido síntomas preocupantes en
los chicos, estamos trabajando fuertemente en la educación eco-ambiental y la
organización social”.
Consultado por este
diario, el Ingeniero Enrique Martínez, titular del Instituto de Tecnología
Industrial (INTI), aseveró: “No hay inocencia científica. Podrá haber
ignorancia o indiferencia culposas, o acción u omisiones dolosas, pero en
cualquier caso, los científicos y técnicos somos responsables ante la sociedad.
Lo crítico es que la agricultura industrial prioriza el negocio por sobre la relación
hombre-suelo. La actividad se ha simplificado al extremo de convertirse en
extractiva, como la minería”. Martínez pone a la sojización en la mira y
propone que desde el Estado se trabaje en “una ley del uso del suelo rural, que
evite exponer a las tierras al riesgo de perder la fertilidad y convertirlas en
un páramo y una normativa rigurosa para el uso de herbicidas y pesticidas”.