EES 11
6to 1ra
Ambiente, Desarrollo y Sociedad
Concepciones
de la naturaleza y desarrollo en América Latina Por Eduardo Gudynas VERSIÓN ADAPTADA
Introducción
En América
Latina, como en otras regiones, se está viviendo una creciente preocupación por
la temática ambiental. Cuestiones como la preservación de especies silvestres
los efectos de la contaminación, o los problemas ambientales globales, son
motivo de atención de políticos, académicos y ciudadanos.
En esta vasta
discusión, la palabra Naturaleza ocupa un lugar central, y es invocado desde
las más variadas tiendas con distintos fines. Sea en la preservación de sitios
silvestres, como en el anhelo por mejores condiciones de vida, se hacen
continuas referencias a términos como Naturaleza, ecosistema o ambiente.
Pero a pesar de
esta extendida discusión son muy pocos los análisis sobre el concepto de
Naturaleza. Aunque este término representa el sujeto de buena parte de las
preocupaciones ambientales, no se ha profundizado en sus implicaciones.
La etimología de
la palabra Naturaleza indica que proviene del latín natura, que se refiere al
"nacimiento" (natus participio pasivo de nasci, nacer). Desde ese
contexto se explican dos usos comunes: por un lado, naturaleza, como referida a
las cualidades y propiedades de un objeto o un ser; y por otro, naturaleza,
para los ambientes que no son artificiales, con ciertos atributos físicos y
biológicos, como especies de flora y fauna nativas. Este artículo enfoca este
segundo uso.
En esa línea, el
concepto ha recibido significados tanto positivos como negativos. La Naturaleza
ha sido invocada como el origen de la riqueza de un país, pero también como un
medio salvaje y peligroso, donde lluvias, terremotos u otros desastres deben
ser controlados. Sobre ella se han superpuesto otros términos. A manera de ejemplo
se pueden recordar a la Madre Tierra, como proveedora de alimentos; el Reino
Salvaje de los primeros exploradores del continente; y otros más recientes,
como ecosistema o simplemente ambiente.
Este artículo
analiza la conceptualización de la naturaleza (en su segunda acepción referida
a un ambiente que no es artificial). El estudio está delimitado en varios
aspectos.
Primero,
considera el concepto de Naturaleza en América Latina, elaborando con más
detalle y precisando ideas presentadas en Gudynas (1995). La revisión es somera
atendiendo a las limitaciones de espacio, pero se presentan varios ejemplos
ilustrativos. En segundo lugar, el énfasis del estudio está en las ideas
contemporáneas; las referencias históricas se realizan a los únicos efectos de
comprender mejor la situación actual. Existen otros estudios que analizan el concepto
en un sentido histórico, comenzando por la antigüedad clásica En tercer lugar,
el análisis se restringe a los conceptos de la naturaleza en sus vinculaciones
con las estrategias de desarrollo. Es una mirada a la pareja
Naturaleza-desarrollo, con lo cual otros temas quedan por fuera del objeto del
estudio.
La primera
sección del artículo revisa los conceptos tradicionales sobre la naturaleza; la
segunda parte hace un breve análisis sobre cómo se articulan con las
estrategias de desarrollo comúnmente seguidas en “la región; la tercera parte
considera el surgimiento de nuevas posturas y se las estudia críticamente; y
finalmente se
elabora una discusión y conclusión final.
En este sentido
se postula la existencia de una relación dialéctica entre los conceptos de
naturaleza y los conceptos de desarrollo. La visión corriente ha considerado
que esa vinculación sólo se daba en un sentido, donde las ideas sobre el
desarrollo desencadenaban ciertas concepciones sobre el ambiente”. Aquí se
sostiene que esa
relación es recíproca, y que los conceptos sobre la naturaleza a su vez
determinan los estilos de desarrollo posibles.
Se advierte que
existen nuevas visiones sobre la naturaleza las que todavía no han logrado
generar contrapartes de ideas organizadas sobre el desarrollo. Se concuerda con
otros estudios recientes en que el concepto de Naturaleza se construye
socialmente, pero aquí se pone el énfasis en que ello resulta en una pluralidad
de ideas sobre la naturaleza, y por lo tanto diversos niveles de
inconmensurabilidad
entre ellas.
Como el concepto de naturaleza en plural son indispensables los espacios de discusión
social sobre ella.
1. Concepciones de la naturaleza
La herencia
europea
Las concepciones
latinoamericanas son una herencia directa de las visiones europeas. Por un
lado, los europeos que llegaron a América Latina impusieron sus concepciones de
la naturaleza sobre las culturas originarias. Por otro lado, desde la colonia,
los principales políticos, empresarios e intelectuales de la región se nutrían
educativa e informativamente de las posturas europeas. Diversos estudios sobre
la historia ecológica de la región, han demostrado que la conquista y
colonización descansaron en una estrategia de apropiación de las riquezas
mineras del Nuevo Mundo.
A ella le
siguieron una agricultura extractiva, de alta expoliación ecológica,
dependiente de la mano de obra esclava, y luego la ganadería extensiva. Durante
esta etapa inicial se difundió la idea que la naturaleza ofrecía todos los
recursos necesarios, y que el ser humano debía controlarla y manipularla. Esta
visión se inicia en el Renacimiento con las ideas sobre el conocimiento de F.
Bacon, R. Descartes y sus seguidores.
Estos pensadores
rompieron con la tradición medioeval que veía a la naturaleza en forma
organicista, como un ser vivo, y donde las personas eran un componente más. Esa
concepción se fracturó, y la naturaleza quedó despojada de esa organicidad y
desde una postura antropocéntrica se la vió como un conjunto de elementos,
algunos vivos y otros no, que podían ser manipulados y manejados. La naturaleza
pasó a ser interpretada como el reloj de Descartes, constituida por engranajes
y tornillos, donde al conocerse todas sus partes, podría accederse a entender y
controlar su funcionamiento.
Las concepciones
renacentistas a su vez son herederas de toda la tradición occidental. La visión
antropocéntrica tiene en realidad raíces más antiguas, que uno coloca en la
tradición judeo-cristiana y el otro en la cultura helénica. El giro
renacentista se apoyó en el experimento, promovido tanto por Descartes como
Bacon, donde se introduce el novedoso elemento de la manipulación. En efecto,
el experimento no es la simple observación, sino la modificación premeditada
como vía para alcanzar un conocimiento pretendidamente cierto. Mientras la
visión medioeval concebía al ser humano como parte de su entorno, no dejaba de
ser jerárquica en tanto era un interlocutor privilegiado de Dios. Desde el cambio
renancentista esa distinción se acentúa, y el ser humano cobra un nuevo papel
por fuera de la naturaleza. La descripción metafórica es reemplazada por la
simbolización geométrica o matemática, apelando a una abstracción creciente. Se
manipula y apropia la naturaleza como condición y necesidad para atender
requerimientos cuya meta era el progreso perpetuo. Consecuentemente, paso a
paso, se redefinía el entorno natural, y se acentuaban los medios de su
manipulación y control. La naturaleza quedó tan disminuida que fue reducida en
los primeros estudios de economía al factor de producción "tierra".
Los recursos naturales eran considerados como ilimitados, y tan sólo debían
encontrarse sus paraderos para enseguida explotarlos. Los primeros economistas,
profundamente imbuidos en estas concepciones, promovían tanto el progreso
material, y la apropiación de la naturaleza para hacerlo posible. Adam Smith en
su texto monumental sobre la "riqueza de las naciones", publicado en
1776, alude específicamente a las metas de la acumulación de riqueza, mediante
un progreso sostenido. Es una situación de progreso constante la que se
considera la más óptima: "El progresivo es, en realidad, un estado feliz y
lisonjero para todas las clases de la sociedad; el estacionario, triste, y el
decadente melancólico". El progreso permite avanzar hacia "ulteriores
incrementos de riqueza". John Stuart Mill en su influyente obra de
economía política, publicada desde 1848, también señalaba las ventajas del
progreso perpetuo y el dominio de la naturaleza como su aspecto privilegiado.
La marcha de las naciones era concebida como "un movimiento progresivo que
se continúa con pocas interrupciones de un año a otro y de una a otra
generación: un progreso de la riqueza, un progreso de lo que se llama la
prosperidad material." Este "movimiento económico progresivo" es
una forma de "crecimiento perpetuo" y es mediado por el dominio
"ilimitado del hombre sobre la naturaleza.
En este contexto se desarrollaron diferentes
concepciones sobre la naturaleza. Como es de esperarse, en tanto predominaba
una visión sobre el desarrollo y el papel del ser humano, muchas de las
concepciones sobre la naturaleza presentan caracteres comunes. Estas
concepciones del desarrollo y la naturaleza
pueden ser
inscriptas dentro de una ideología. El concepto de ideología se lo maneja aquí
en el sentido de deformación, legitimación e integración, tal como lo analiza
Ricoeur (1989). En este artículo se considera que existe una ideología del
progreso, que engloba a las diferentes escuelas sobre el desarrollo, las que en
realidad corresponderían a distintos paradigmas. Seguidamente se revisarán las
principales concepciones
de la naturaleza
referidas a la temática del desarrollo, poniendo el énfasis en las posturas
contemporáneas.
La frontera
salvaje
En el inicio de
la conquista y colonia, según la información disponible, parece haber
predominado una concepción del entorno como espacios salvajes. La naturaleza
era incontrolable y se imponía sobre el ser humano, quienes debían sufrir los
ritmos de lluvias y sequías, la fertilidad del suelo, la disponibilidad de agua
o las plagas de los cultivos. Los espacios sin colonizar eran, a su vez, sitios
salvajes, potencialmente peligrosos por las fieras y enfermedades que pudieran
cobijar.
Esta perspectiva
era típicamente europea, proliferando en escritos de los siglos XVII a XIX. Un
buen ejemplo con afirmaciones como "La naturaleza salvaje es horrible y
letal" y el ser humano es el único que puede convertirla en "grata y
habitable"
Esas mismas
ideas se repetían en América Latina. Desde una fase inicial donde se alternaba
la admiración con la belleza y riqueza de los paisajes, con el temor, se pasó
al control y dominio de las "fuerzas naturales",
promoviéndose el
cultivo de la tierra, la desecación de humedales, la construcción de canales,
la caza intensiva, la tala de bosques, la introducción de especies productivas
o la domesticación de aquellas salvajes que fueran de utilidad. Siguiendo la
imagen de Descartes, donde todo era en realidad una máquina, la
naturaleza era
analizada en sus piezas (con el notable ejemplo del esfuerzo de catalogación
taxonómica de la
fauna y flora del Nuevo Mundo emprendida por los exploradores europeos), y
desde allí proveer los medios para la manipulación y control. En Brasil, José
Pádua (1987) destaca la figura de José Bonifacio, quien a inicios del siglo
XIX, consideraba que la naturaleza era un "gran libro" que podía ser
descifrado por la observación empírica y racional, no para contemplarla, sino
como medio para el progreso.
La misión se
entendió como una "conquista" de la naturaleza, pero además será la
obra humana la que permite "civilizar" a la naturaleza, para que
ofrezca sus frutos y riquezas. Se buscaba "civilizar" espacios que se
consideraban salvajes, tal como se justificaban buena parte de las campañas de
conquista, tanto en
la época de la
colonia tardía como en los primeros años de las repúblicas independientes.
Por ejemplo, en
Argentina la llamada "Conquista del Desierto", a fines del siglo XIX,
se basaba en "suprimir los indios y las fronteras" para "poblar
el desierto". Lo que en ese momento se llamaba desierto incluía a
ecosistemas como la Pampa, que no tenían esas características, revelando la
aplicación del rótulo a lo que estaba más allá de la civilidad occidental; toda
la campaña se basaba en la contraposición entre
civilización y
barbarie.
La naturaleza
como canasta de recursos
A medida que
avanzaba el control de la naturaleza, se imponía a su vez una visión
utilitarista. Quedaban atrás los miedos ante el entorno, convirtiéndose en una
"canasta" de recursos que pueden ser extraídos y utilizadas.
Minerales, animales y plantas eran vistos como abundantes y al alcance de la
mano.
Domingo F.
Sarmiento, en su "Facundo" presenta una Argentina donde todo se da en
exceso: "inmensa la llanura, inmensos los bosques, inmensos los
ríos", una descripción que también se repite para otros países.
Los elementos de
la naturaleza se los observa como "recursos", desvinculados unos de
otros (por ejemplo, los recursos minerales no eran percibidos en sus conexiones
con el suelo que los recubría).
El énfasis
apuntaba a la eficiencia y productividad en cómo extraer esos recursos, y en cómo
se los aprovecha en las estrategias de desarrollo. El dejar recursos sin aprovechar
era una forma de "desperdicio".
Dentro de esta
misma perspectiva se reconocieron especies de animales o plantas "útiles",
distinguidas de aquellas "inservibles", "peligrosas" o
"dañinas". Las primeras englobaron tempranamente a cultivos
utilizables (notablemente el maíz, la papa, tomate, etc.), las maderas
preciosas (caoba, palo-Brasil, etc.) y
algunos animales
de caza para alimentación o piel (carpincho, chinchilla, etc.). Las segundas eran
una amplia categoría que iba desde los grandes felinos y zorros, a los
escorpiones y arañas.
Durante los
siglos XVIII y XIX proliferan visiones en América Latina donde se insistía que
la región se mantenía atrasada, no por límites ambientales (como disponibilidad
de agua o baja fertilidad), sino por trabas esencialmente culturales y
políticas. Los "indios" y "criollos" eran frenos a un mejor
uso de la naturaleza,
y por lo tanto
se buscó atraer nuevos inmigrantes y civilizar a la población residente para
hacer un uso todavía más eficiente de los recursos naturales. El uso de la
naturaleza era parte de la lucha por la civilización . Incluso se intentaba
reproducir paisajes europeos, totalmente diferentes a los latinoamericanos, y
así se realizaban plantaciones de pinos junto a enjardinados que recordaban al
Viejo Mundo.
Dentro de esta
perspectiva utilitarista se desarrollaron algunas posturas conservacionistas. Es
importante este hecho, en tanto indica que aún dentro de una visión
manipuladora y utilitaria de la naturaleza es posible encontrar una postura conservacionista,
con lo que se echa por tierra la presunción que cualquier
postura de protección
de la fauna y flora, por ella misma, ya indica otra concepción del ambiente.
En efecto, el
desarrollo de una protección ambiental no es necesariamente incompatible con
las posturas progresionistas del crecimiento perpetuo o con una razón
instrumental.
En realidad esas
posturas no protegen la naturaleza sino los recursos que alimentan a la economía
La conservación utilitarista se originó en Europa, y se trasladó a las Américas.
Los ingenieros agrónomos y forestales se convirtieron en expertos en cómo
manejar las áreas naturales para obtener de ellas el mejor provecho. Esta tradición
se difundió en toda América Latina, en particular en la apertura de distintas
áreas a la producción agrícola y ganadera, y sus consecuencias se siguen
observando en la actualidad. La naturaleza se percibe y valora en lo que
resulta útil, y de esa manera se fragmenta en varias vertientes: hay una
naturaleza para el geólogo, otra para el promotor agrícola, y otra para el promotor
de urbanizaciones.
La naturaleza
como sistema
En paralelo a
estas tendencias, desde fines del siglo pasado se ha venido desarrollando la
ecología como ciencia, conjuntamente con otras disciplinas relacionadas
(botánica, zoología, geología, etc.), y posturas teóricas que le servían de
sustento (especialmente la teoría darwiniana de la evolución).
Sin embargo, la
ecología quedó igualmente atrapada dentro de la visión cartesiana de la
máquina, concibiendo a la naturaleza como una máquina. La tarea del ecólogo era
describir las partes de
ese conjunto, y
comprender cómo funcionaba (sobre la historia de la ecología Bajo esta visión
la Naturaleza posee sus propios mecanismos y funcionamientos, que se conciben
como "leyes", y que el hombre no debería violar o alterar. La
naturaleza poseía cierta unidad interna, una dinámica basada
en el equilibrio
dinámico, y un desarrollo temporal, desde estadios iniciales a otros maduros.
Con la irrupción
del concepto de ecosistema, por el inglés A. Tansley en 1935, se aplicó la
noción de sistema sobre la naturaleza, y en el sentido que en esa época le
daban los físicos. Este concepto era más que una forma de descripción
sintética, también correspondía a un principio organizador de comprensión de la
naturaleza (Golley, 1993). En muchos casos el término ecosistema reemplazó al
de naturaleza.
Desde ese punto
de partida se pudo aplicar a la naturaleza un lenguaje matemático,
diseccionándola en sus elementos y estudiando sus vinculaciones. Por eso, como
indica Golley (1993), el concepto de ecosistema es manipulativo, en contraste
con otro que pudiese ser relacional. Siguiendo con las tradiciones utilitaristas
indicadas
arriba, el ecólogo brindaría la información de cómo intervenir en la naturaleza
para conseguir los mejores éxitos productivos. Buena parte de los primeros
estudios de la dinámica de poblaciones de animales derivaron en discernir los
niveles óptimos y las tasas máximas de explotación de recursos naturales
renovables, en
especial en los sectores forestal y pesquero.
Estas mismas
corrientes concebían que los ecosistemas se encontraban bajo condiciones de equilibrio
dinámico, especialmente por fuerzas como la competencia. Las comunidades de
plantas y animales, y los propios ecosistemas, serían entidades reales y no una
invención del observador. Presentarían un orden
particular y una
evolución temporal desde condiciones de simplicidad a otras de mayor complejidad
(sucesión ecológica), que recuerdan la maduración de un individuo. Por lo tanto
algunos ecólogos postularon que representaban “cuasi-organismos”. Incluso quienes
rechazaban esas posturas como el propio Tansley, eran también utilitaristas,
sosteniendo que no había diferencias sustanciales con los balances naturales logrados
por otros medios, como la intervención humana, con lo cual se desvanecían las objeciones
para que las personas controlaran el entorno
Los estudios sobre
la extinción de especies o los niveles de contaminación que proliferaron desde
la década de 1960, alertaban sobre una creciente problemática. La vieja imagen
de una naturaleza agresiva y todopoderosa, poco a poco, dio paso al de una
naturaleza frágil y delicada. La naturaleza como salvaje desaparece, y lo
"natural" adquiere méritos de ser la situación a la que se desea
regresar.
A ello contribuyeron
varios aportes novedosos sobre la naturaleza. Llegaron las imágenes tomadas a
la Tierra desde el espacio, donde el planeta aparece como una delicada esfera
azul. Esa noción de totalidad explica el resurgimiento de conceptos como el de
biosfera, que apunta a la vez hacia a una perspectiva holística y la existencia
de límites. La ecología clásica al presentar una naturaleza con un orden
propio, también ofrecía un marco de referencia para proponer medidas de
gestión. Esto fue realizado por aquellos que sí estaban interesados en la articulación
con la conservación y el desarrollo.
La Naturaleza
como capital
Un nuevo giro en
las concepciones de la naturaleza se inicia en la década de 1980 con una perspectiva
originada en la economía. Esta visión se presenta en diferentes corrientes económicas, pero que han apelado a considerar a la
naturaleza como una forma de capital. De esta manera, la omisión de haberla
reducido al "factor de producción tierra" podría ser subsanada, integrándola
a las herramientas y conceptos a disposición de los economistas. Este intento
es una "economización" de la naturaleza, en el sentido de ampliar el
concepto de capital hasta englobarla. Al considerar el ambiente como una forma
de capital es posible promover la "internalización" de esos recursos a
la economía.
Estas posturas
expanden la racionalidad económica manteniendo el mismo propósito de instrumentalización
y manipulación, así como el antropocentrismo, donde el valor de la naturaleza
está dado por los valores de uso y cambio asignados por el ser humano. La
naturaleza se podría contabilizar en dinero, y por lo tanto la protección del
ambiente en realidad sería una forma de inversión.
La propuesta
cepalina considera incluso que se debería calcular la "depreciación"
del capital natural, y agrega que "los recursos naturales y ambientales
son formas de capital y que, como tales, son objeto de inversión". A su
vez, los ciclos ecológicos (como del agua o regeneración del suelo) pasan a ser
considerados "servicios" que pueden ser también ingresados al
mercado. Bajo esta
postura, la conservación
abandona sus objetivos primarios y queda al servicio de las posturas de desarrollo
tradicional. Nuevamente los criterios de eficiencia y beneficio se imponen, más
allá de los problemas formidables que implica intentar asignar precios a los
recursos naturales. La conservación de la naturaleza tampoco se hace aquí en
atención a valores ecológicos u de otro tipo, sino en función de su incidencia en
los procesos productivos.
Como esta
postura ubica a la naturaleza dentro del mercado, aspectos claves de la conservación
dependerían de marcos económicos e institucionales. Emerge así una notable paradoja:
aunque la sustentabilidad de los procesos ecológicos está determinada por una
dinámica ecológica, ese hecho es minimizado, y se le atribuye esa
responsabilidad al ser humano. Si concebimos un ambiente natural, sin ninguna
interferencia humana, ese ecosistema se mantendrá dentro de su sustentabilidad
bajo sus patrones ecológicos por sí mismo. La sustentabilidad ecológica es una
propiedad de los ecosistemas y no del hombre.
El reduccionismo
economicista no necesariamente reconoce esta cuestión ya que al ingresar a la
naturaleza dentro del mercado, de alguna manera desarticula y anula el propio
concepto de naturaleza y la reemplaza por términos como capital, servicios, bienes,
productos, recursos, etc.
La naturaleza
fragmentada
Una consecuencia
inevitable de varias posturas anteriores es la erosión y fragmentación de la
propia naturaleza. Deja de tener sentido usar ese término por que la naturaleza
pierde cohesión, unidad y atributos comunes. Ella es desagregada en distintos
componentes y referidas a distintos conceptos y la visión economicista sólo se reconoce
aquellos elementos que posean un valor económico, sea actual o potencial.
Además, cada uno
de esos componentes debe tener dueños, proponiéndose derechos de propiedad
sobre las formas de vida y los ecosistemas. Tradicionalmente una persona podía ser
propietaria de una finca o un predio, pero nunca se entendió que era dueña de
un ecosistema o de toda una especie. En la nueva versión, la propiedad puede
existir sobre un ecosistema (con ejemplos en la asignación de propiedades sobre
secciones de ecosistemas de ríos y cursos de agua), y en la forma más extrema,
sobre variedades genéticas de especies vivas (patentes sobre microorganismos y
cultivos). En ese caso ni siquiera el ser vivo completo es de interés, sino
alguno de sus atributos genéticos, los que pueden ser comercializados, y por lo
tanto se los regula por medio de patentes y otros derechos de propiedad. La
reducción de la propiedad y de la gestión a nivel de los genes es un ejemplo de
una extrema fragmentación de la vida.
2. Estrategias de desarrollo
Desde la
temprana independencia, las estrategias de desarrollo invocadas para América
Latina también se inspiraban en Europa como un modelo a seguir. El crecimiento
material no sólo era un objetivo, sino que no se dudaba de su posibilidad. La
naturaleza era el marco que hacía posible esos sueños; se invocaban
las riquezas en
cada uno de los países, los espacios vacíos a ocupar, y la calidad de la
población. Para ello se diseñaban distintos formas de incrementar la extracción
minera, descubrir petróleo, acentuar y ampliar la explotación agropecuaria y
promover el desarrollo industrial El acento
se ponía en el crecimiento económico como generador del progreso social y
político. Algunos no negaban que esa búsqueda ocasionara costos, referidos
usualmente al área social, sino que se los entendía como inevitables. En cambio,
los impactos ambientales o los límites ecológicos no eran tenidos en cuenta.
La naturaleza
era simplemente ignorada o referida al medio que haría posible ese progreso. Se
insistía en la enorme disponibilidad de recursos, en la existencia de espacios
vacíos que debían ser "civilizados" y en una amplia capacidad de
amortiguación de cualquier impacto ambiental. En especial en el siglo XX, yen
particular desde 1940, los modelos latinoamericanos del desarrollo,
reivindicaban las ideas básicas del progreso perpetuo y el carácter subsidiario
de la naturaleza.