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Un cacho de tecnología Por Enrique Martínez
emm@propuestasviables.com.ar
Miradas al Sur.Año 5. Edición número 211. Domingo 3 de
junio de 2012
Como sabemos, la Argentina es un país excedentario en la
producción de alimentos. En las importaciones, hay sólo dos productos
alimenticios que superaron en 2011 los 100 millones de dólares: bananas y carne
de cerdo. Aun en esos dos casos, hay producción nacional, o puede haberla, no
sólo para reemplazar lo que se compra en el exterior sino también para
exportar.
Los más de 143
millones de dólares en bananas vinieron en su mayoría de Ecuador y Colombia,
dando vuelta a media Sudamérica, a pesar de que en el sudeste de Salta y en el
este de Formosa, cerca de Clorinda, se produce banana. Los formoseños, en
particular, dicen que allí se produce la banana más dulce y aromática del
mundo, que sin embargo, prácticamente no se consume al sur del Chaco y ni
siquiera está en las mesas más pudientes de la provincia de origen. La
superficie en producción allí supo ser de unas tres mil hectáreas; hoy no
supera las mil hectáreas y podría multiplicarse por quince.
La explicación de
este déficit está en la tecnología, cuya ausencia es causa más frecuente de
problemas de lo que se admite habitualmente. En este caso: tecnología de
producción y conservación y además tecnología social, que evite que el pequeño
productor sea explotado de tal manera que el cultivo termine desapareciendo.
Una producción de
bananas entre 5 y 10 hectáreas, atendida familiarmente, puede brindar los
recursos para tener un nivel de vida de clase media. Sin embargo, dada la
evolución de las técnicas de cultivo y muy especialmente de manejo a partir de
la cosecha, se necesita una capacitación permanente de los productores para que
dejen atrás la tradición oral y respeten cada paso de cuidado de la calidad.
La provincia de
Formosa puso en marcha hace cinco años un grupo de asistencia en Misión
Tacaaglé. Allí se seleccionan variedades; se lleva adelante un cultivo similar
al de un chacarero pequeño, a puertas abiertas, y se dispone de instalaciones de
lavado y empaque a escala PYME (Pequeñas y medianas empresas).Sin embargo,
después de importantes esfuerzos para diseminar las técnicas apropiadas, el
grupo debió incorporar conocimiento sociológico y económico, al advertir que la
mejor calidad al pie de la planta no garantiza que el productor pueda vivir
dignamente. Efectivamente, nada será solución si la cadena de valor pasa por un
intermediario que compra al pie de planta. Hoy, el intermediario, aprovechando
las necesidades financieras del chacarero, paga al contado por cajón, no por
kilo, y se encarga de encajonar. Obviamente, golpea y aprieta la fruta para
poner 25 kilos donde cabrían 20; usa cajones de madera porque cuestan algún
centavo menos que la caja de cartón; no descarta ni la fruta más pequeña. En
ese despojo pírrico, se define la suerte del productor, porque sale de allí un
producto que se manchará, madurará desparejo, no podrá resistir la menor
comparación visual con la banana tratada como un bien frágil por las
multinacionales en Ecuador. El intermediario –abusivo y a la vez estúpido
intermediario– buscará una y otra vez mantener su ganancia reduciendo el precio
que paga al productor y terminará destruyendo una actividad valiosa. Como lo
está haciendo.
El esfuerzo de los
profesionales agropecuarios dependientes del Estado formoseño deberá ahora ser
complementado con tecnología social. Esto es: agrupamiento de productores para
aprovechar sistemas de riego o de empaque en conjunto; adopción de protocolos
de calidad en conjunto, ya que de poco valdría para cambiar la imagen global
que productores individuales lo hicieran; comercialización con marca común, con
una logística que asegure llegar hasta el productor sin eslabones inútiles en el
camino.
Todo esto es
necesario y tiene un actor imprescindible: el Estado, fortaleciendo
técnicamente cada paso y cubriendo los baches financieros de los productores.
En caso de suceder, quedará demostrado que la única aproximación válida es la
que tiene en cuenta la cadena de valor en su integridad. De poco vale explicar
que los restos de flor deben ser eliminados apenas cuaja el cacho, para que
luego no se endurezcan y rayen las bananas, si al final del camino estará el
lobo esperando para comerse todo.