miércoles, 29 de octubre de 2008

En www.clarin.com Versión adaptada
Los problemas territoriales, puertas adentro del país Por: Carlos Reboratti (GEÓGRAFO INVESTIGADOR CONICET-FAUBA)

Desde los tiempos de la organización nacional, no hubo una verdadera política de ordenamiento territorial y es allí donde pueden encontrarse las causas de varias penurias actuales.


Noticias de distintos lugares del país, aparentemente desconectadas e imprevistas, nos afligen y preocupan a diario: vecinos del Gran Buenos Aires protestan por la decisión de CEAMSE (Coordinación Ecológica del Área Metropolitana Sociedad del Estado) de abrir nuevos lugares para el relleno sanitario; pobladores de la Quebrada de Humahuaca se oponen a la instalación de minas de uranio; los incendios en Córdoba y la sequía en el Noreste castiga a cientos de miles de argentinos. ¿Cuál es la relación entre estos casos?: la insatisfacción por decisiones tomadas –o no tomadas– sobre su territorio, ese lugar donde viven y con el cual se identifican y que a su criterio esta siendo utilizado con fines que no consideran apropiados. ¿De donde proviene este tipo de conflictos? En los primeros dos casos, del choque de intereses (reales o imaginarios) entre la población local, los privados (en este caso, la minería) y los estatales (provinciales, nacionales) sobre un espacio - el territorio - al cual todos pretenden controlar. Este territorio (individual, local, provincial, nacional) es un conjunto muy complejo: por un lado existe una base natural (lo que podríamos llamara el "ambiente original"), que ofrece potencialidades a la sociedad, como son los servicios y recursos naturales, genera limitantes y riesgos y recibe impactos, como la contaminación. Ese ambiente, a medida que es ocupado y utilizado, es apropiado y controlado por diferentes niveles de la sociedad, desde individuos y empresas hasta el Estado. Es a partir de esa apropiación que la sociedad va construyendo instalaciones para vivir, comunicarse y producir, lo que usualmente se conoce como "infraestructura". Este proceso se puede analizar entonces como una superposición de "capas" (ambiente original, ambiente modificado, distribución de la población, etc.) que, si quisiéramos y tuviéramos la información suficiente, también podríamos observar históricamente.A veces esas capas se desvanecen con el tiempo; otras, marcan de tal manera el territorio que a partir de ellas el sentido de la organización es difícil de cambiar (por ejemplo, la impronta que el diseño de los ferrocarriles tuvo sobre la organización del territorio nacional). Todo este complejo proceso organiza al territorio de cierta y particular manera y lo va diferenciando, por ejemplo, entre territorios rurales y urbanos o equilibrados y problemáticos. En buena medida, en nuestro país el territorio se ha ido formando al compás de las actividades económicas que, directa o indirectamente, iban valorizando un área y marginando otras, promoviendo la concentración de la población y las actividades en algunos lugares y vaciando otros. Paralelamente, también el Estado tuvo su papel en la organización territorial, a veces acompañando y potenciando a las fuerzas económicas del momento, otras tomando decisiones guiadas por un interés más social, tendiendo vías férreas o construyendo caminos en áreas postergadas.
Pero los efectos de un proceso que combinaba espontaneidad, proyectos privados, acciones estatales sectoriales, efectos no deseados e intereses individuales o grupales dieron como resultado un territorio cuya organización no pareciera satisfacer a nadie. De allí la idea de que es necesario pasar a una nueva etapa, la del ordenamiento de ese territorio; esto es, generar acciones para que éste se organice de acuerdo a las necesidades, los valores y los intereses de la mayor parte de la población. La idea de planificar la organización del mundo donde vivimos no es nueva: en la Argentina, desde mediados del siglo pasado ya se hablaba, a diversas escalas, de planes de distinto carácter y envergadura. Muchas ciudades encararon lo que en su momento se llamaron "planes reguladores", y a nivel nacional se desarrolló todo un sistema de planificación regional alrededor de una oficina estatal específica, el CONADE (Consejo Nacional de Desarrollo), de existencia algo fugaz. Pero hay tres problemas básicos para llegar a encaminarnos hacia un ordenamiento territorial coherente, que compatibilice todos los intereses.

En primer lugar, hay que considerar que las "capas" de las que hablábamos en la práctica son objeto de políticas sectoriales aisladas (por ejemplo, del tema natural se encarga la Secretaria de Ambiente, de la producción agraria e industrial el Ministerio de Economía, etc.). Un resultado típico de este aislamiento es la reciente idea de construir un "tren bala" (curiosamente generada por el Ministerio de Planificación), tal vez técnicamente brillante pero que al no tener en cuenta ni los intereses de la mayor parte de la población ni su efecto sobre otros elementos y procesos del territorio, difícilmente estaría primera en la lista de proyectos si existiera un plan de ordenamiento territorial. Como paso inicial para llegar a éste, por ahora tenemos que tratar de hacer lo mejor posible con las leyes referidas a esas "capas", utilizando, por ejemplo, la reciente ley 26.331, referida al ordenamiento territorial de las masas boscosas.

En segundo lugar, nuestro país esta políticamente organizado como una federación, por lo cual cualquier plan nacional debería obviamente tener en cuenta los intereses de las provincias; pero estos no son necesariamente coincidentes y hasta el momento carecemos de (y necesitamos) una legislación que confiera a alguna autoridad la potestad para compatibilizar proyectos y definir prioridades.

En tercer lugar, cualquier plan de ordenamiento territorial necesita poseer información cierta, y en eso no estamos muy bien que digamos. Por ejemplo, una fuente de información fundamental para el ordenamiento rural, el Censo Agropecuario 2008, se mueve a paso de tortuga y todavía no ha podido ni siquiera comenzar en la mitad de las provincias cuando el INDEC (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos) había prometido divulgar los resultados finales en septiembre.

Por moda, por imposición o por haber tomado conciencia, la necesidad de encarar el ordenamiento territorial ya está entre nosotros, y no deberíamos perder la oportunidad de encararlo con seriedad.

lunes, 13 de octubre de 2008

Conferencia del Cacique Guaicaipuro Cuatemoc ante la reunión de los Jefes de Estado de la Comunidad Europea

El texto que seguirá es una obra de ficción, pero su contenido es tan acertadamente cierto, la crítica a los europeos tan absolutamente justificada y la redacción tan ingeniosa, que merece ser leído y difundido. El cacique Guaicaipuro existió hace poco menos de quinientos años, aunque su nombre real no incluía el ahora añadido Cuatemoc.

El autor del relato es Luis Britto García, que lo publicó el 6 de octubre de 2003, con motivo del Día de la Resistencia indígena (12 de 0ctubre), bajo el título de "Guaicaipuro Cuatemoc cobra la deuda a Europa". El autor: Luis Britto García (Caracas, 1940). Escritor venezolano. Su obra de ficción, formalmente experimental, elabora una crítica de la situación política y social de su país (Rajatabla, 1970; Abrapalabra, 1980; La orgía imaginaria, 1983). También se ha dedicado al ensayo, entre cuyos títulos cabe citar El imperio contracultural: del rock a la posmodernidad (1991). Premio Casa de las Américas en 1970 y premio nacional de literatura en 1980.

LA VERDADERA DEUDA EXTERNA

Aquí pues yo, Guaicaipuro Cuatémoc, he venido a encontrar a los que celebran el encuentro. Aquí pues yo, descendiente de los que poblaron la América hace cuarenta mil años, he venido a encontrar a los que se encontraron hace quinientos años. Aquí pues nos encontramos todos. Sabemos lo que somos, y es bastante. Nunca tendremos otra cosa. El hermano aduanero europeo me pide papel escrito con visa para poder descubrir a los que me descubrieron. El hermano usurero europeo me pide pago de una deuda contraída por Judas, a quien nunca autoricé a venderme. El hermano leguleyo europeo me explica que toda deuda se paga con intereses, aunque sea vendiendo seres humanos y países enteros, sin pedirles consentimiento. Yo los voy descubriendo. También yo puedo reclamar pagos, también puedo reclamar intereses.
Consta en el Archivo de Indias. Papel sobre papel, recibo sobre recibo, firma sobre firma, que solamente entre el año 1503 y 1660 llegaron a Sanlúcar de Barrameda 185 mil Kg de oro y 16 millones Kg de plata provenientes de América. ¿Saqueo? ¡No lo creyera yo! Porque sería pensar que los hermanos cristianos faltaron al Séptimo Mandamiento. ¿Expoliación? ¡Guárdeme Tanatzin de figurarme que los europeos, como Caín, matan y niegan la sangre del hermano! ¿Genocidio? ¡Eso sería dar crédito a calumniadores como Bartolomé de las Casas, que califican al encuentro de 'destrucción de las Indias', o a ultrosos como Arturo Uslar Pietri, que afirma que el arranque del capitalismo y la actual civilización europea se deben a la inundación de metales preciosos. ¡No! Esos 185 mil Kg de oro y 16 millones Kg de plata deben ser considerados como el primero de muchos préstamos amigables de América destinados al desarrollo de Europa. Lo contrario sería presumir la existencia de crímenes de guerra, lo que daría derecho no sólo a exigir su devolución inmediata, sino la indemnización por daños y perjuicios. Yo, Guaicaipuro Cuatémoc, prefiero creer en la menos ofensiva de las hipótesis. Tan fabulosas exportaciones de capital no fueron más que el inicio de un plan Marshall-tezuma, para garantizar la reconstrucción de la bárbara Europa, arruinada por sus deplorables guerras contra los cultos musulmanes, creadores del álgebra, la poligamia, el baño cotidiano y otros logros superiores de la civilización. Por eso, al celebrar el Quinto Centenario del Empréstito, podremos preguntarnos: ¿Han hecho los hermanos europeos un uso racional, responsable o, por lo menos, productivo de los recursos tan generosamente adelantados por el Fondo Indoamericano Internacional? Deploramos decir que no. En lo estratégico, lo dilapidaron en las 'batallas de Lepanto', en 'Armadas Invencibles', en 'Terceros Reichs' y otras formas de exterminio mutuo, sin otro destino que terminar ocupados por las tropas gringas de la OTAN, como Panamá pero sin canal. En lo financiero, han sido incapaces, después de una moratoria de 500 años, tanto de cancelar el capital y sus intereses cuanto de independizarse de las rentas líquidas, las materias primas y la energía barata que les exporta el Tercer Mundo. Este deplorable cuadro corrobora la afirmación de Milton Friedman, conforme a la cual una economía subsidiada jamás puede funcionar. Y nos obliga a reclamarles, por su propio bien, el pago del capital y los intereses que, tan generosamente, hemos demorado todos estos siglos. Al decir esto aclaramos que no nos rebajaremos a cobrarles a los hermanos europeos las viles y sanguinarias tasas flotantes de 20%, y hasta 30%, que los hermanos europeos les cobran a los pueblos del Tercer Mundo. Nos limitaremos a exigir la devolución de los metales preciosos adelantados, más el módico interés fijo de 10% anual, acumulado sólo durante los últimos 300 años. Sobre esta base, y aplicando la fórmula europea del interés compuesto, informamos a los descubridores que nos deben, como primer pago de su deuda, una masa de 180 mil Kg de oro y 16 millones Kg de plata, ambas elevadas a la potencia de 300. Es decir, un número para cuya expresión total, serían necesarias más de 300 cifras, y que supera ampliamente el peso total de la Tierra. ¡Muy pesadas son esas moles de oro y plata! ¿Cuánto pesarían, calculadas en sangre? Aducir que Europa, en medio milenio, no ha podido generar riquezas suficientes para cancelar ese módico interés, sería tanto como admitir su absoluto fracaso financiero y/o la demencial irracionalidad de los supuestos del capitalismo. Tales cuestiones metafísicas, desde luego, no nos inquietan a los indoamericanos. Pero sí exigimos en forma inmediata la firma de una 'carta de intención' que discipline a los pueblos deudores del Viejo Continente; y que los obligue a cumplir su compromiso mediante una pronta privatización o reconversión de Europa, que les permita entregárnosla entera, como primer pago de la deuda histórica. Dicen los pesimistas del Viejo Mundo que su civilización está en una bancarrota tal que les impide cumplir con sus compromisos financieros o morales. En tal caso, nos contentaríamos con que nos pagaran entregándonos la bala con la que mataron al Poeta. Pero no podrán. Porque esa bala es el corazón de Europa.

Cuando el Cacique Guaicaipuro Cuatémoc dio su conferencia ante la reunión de Jefes de Estado de la Comunidad Europea, no sabía que estaba exponiendo una tesis de Derecho Internacional para determinar LA VERDADERA DEUDA EXTERNA. (Exposición atribuida al Cacique Guaicaipuro Cuatémoc ante la reunión de Jefes de Estado de la Comunidad Europea).
Miércoles, 8 de Octubre de 2008 En www.pagina/12.com

Bombita Rodríguez

Los medios de comunicación, en todas sus formas, son herramientas de educación y contribuyen a instalar y promover debates en las instituciones y en la sociedad en general. Los estilos y las formas son diferentes, pero es imposible pensar hoy en la discusión de ideas sin contar con el escenario y con los recursos que brinda la comunicación.

Por Adrián Viale

Volvió Capusotto. Y con él, el que probablemente sea su personaje más entrañable: Bombita Rodríguez. Bombita Rodríguez, el Palito Ortega montonero, hace reír, y mucho, en cada una de sus presentaciones.
¿Por qué nos hace reír Bombita? Es una pregunta que comencé a hacerme desde que lo vi por primera vez, cantando “Burgueses, atrás, atrás” y “Armas para el pueblo, armas para el pueblo ya”. ¿Por qué Bombita hace reír? Bombita habla de la clase obrera, habla de la liberación nacional, habla de los explotadores y los explotados, habla de los burgueses y los proletarios, habla de la cultura popular, de la educación de las masas, del socialismo. Evidentemente esto nos hace reír. ¿Por qué? ¿Por qué en la década del ’70 estas cosas no hacían reír? No sólo no hacían reír. Hubo gente que tomó tan en serio todo esto, que llegó a vivir sólo para estas ideas, llegó a soportar torturas, llegó hasta a dar la vida (su propia vida... la única que tenían) ¿Cómo pasó? ¿Por qué en la década del ’70 se decía clase obrera, proletarios y burgueses, explotadores y explotados, liberación nacional, socialismo, y nadie se reía?
¿Puede ser que la respuesta esté en los significados? ¿Qué significa hoy para nosotros la clase obrera, el socialismo, los explotadores? Para ellos significaba algo manifiesto: era época de certezas, de buenos y malos, de relaciones sociales evidentes y cristalinas. De un lado de la sociedad, los explotadores; del otro, los explotados. De un lado de la sociedad el mal burgués; del otro, el pobre proletario. De un lado del mundo el imperio; del otro, el país subordinado. La verdad se imponía. Eran los tiempos de la explotación del hombre por el hombre. Eran los tiempos en que la posibilidad de transformar la sociedad estaba al alcance de la mano. Sólo había que reunirse y hacerlo ¿Cuándo se perdió la certeza? ¿Quién terminó con las certidumbres? Contestar “el posmodernismo” es patear la pelota afuera. El posmodernismo no es un hecho social que se impone.
El posmodernismo somos nosotros mismos cuando pensamos que las certidumbres han sido socavadas, cuando creemos que las relaciones sociales se han vuelto opacas, cuando consideramos que la sociedad es incomprensible (e intransformable). El posmodernismo es un espíritu de época, una aciaga derrota, una resignación cobarde. No una verdad que se impone. La verdad está ahí afuera. Y sigue siendo evidente. Explotadores y explotados, proletarios, imperio, educación, socialismo. ¿Meras fórmulas vacías? Transformación de la sociedad. ¿Ridiculez anacrónica? La diferencia entre los ’70 y el presente no está en lo que las palabras significan. La diferencia está en nuestra relación con los significados. Las palabras ya no denotan, para nosotros, una verdad objetiva. ¿Es mala la duda? Por supuesto que no. Lo malo es dudar de todo. Esta es una época en que nadie puede tener verdades. Ni siquiera las obvias. Nuestra época fomenta la ambigüedad, el equívoco, las complejidades y matices. La verdad no se dice. Esto puede verse en los medios. Hoy, la única manera de transmitir ideología (o mejor diría, ideales) es ocultándola. Cualquiera que grite a los cuatro vientos lo que piensa sólo provocará sonrisas. CNN o Canal 11 son buenos, serios, mesurados: su ideología está oculta. La radio de las Madres de Plaza de Mayo o Telesur son malos, ridículos, exagerados: su ideología se grita. Estos últimos no saben que las verdades ahora son muchas, y cada cual elige la que quiere. No saben que hoy cualquier verdad es buena.
¿Pero por qué Bombita hace reír? Una vez dijo Alejandro Dolina que el humor era poner una cosa en un lugar que no le corresponde. Esta definición hace que todo anacronismo sea potencialmente gracioso. Bombita es certero: sabe que hay explotadores y explotados, sabe que si se quiere luchar por el socialismo hay que decirlo, sabe que para transformar una sociedad es necesaria la educación popular, sabe que existe una lucha por la liberación de los oprimidos. Bombita lo dice, sin medias tintas, como quien dice una verdad evidente. Como quien dice “salió el sol”, Bombita dice “la clase obrera tiene que luchar por el socialismo”. En su contexto, los ’70, Bombita se convierte en un personaje famoso, querido, estimado. En nuestra época, plagada de cinismo e hipocresía, en nuestra época de verdades a medias, de ambigüedades, de dudas, la verborragia certera y contundente de Bombita mueve a risa. Es anacrónica. Fuera de época. Para Bombita las relaciones sociales son evidentes. Nosotros preferimos ignorarlas. Canciones con ideología, verdades irrefutables... Esperanza. Bombita nos hace reír. Y mucho. Lamentablemente.